Mabel Ojea reflexiona y propone líneas para pensar las políticas de cuidado que se vislumbran necesarias hacia adelante, teniendo en cuenta el devenir en la pandemia de COVID, que desnuda vulnerabilidades y potencias.
Cuando comenzó la pandemia lejos estábamos de poder imaginar lo que iba a ocurrir. Incorporamos a nuestro léxico personal palabras como coronavirus, ratio de contagio, aforo, mutaciones, carga viral, distanciamiento físico, cuidados críticos. Un concepto que se instaló por evidente necesidad fue CUIDADO, que no era desconocido sino utilizado en campos como la salud y lo jurídico. Tendríamos que aprovechar la ocasión y retenerlo.
El cuidado es un sistema de prácticas destinado a promover la vida, en tanto sostiene a los individuos, e inscribe filiaciones y pertenencias familiares, culturales y sociales que producen formas particulares de subjetividad. Es un articulador de la vida social. Cuidar, ser cuidadx, cuidarse, elegir cómo y cuándo queremos ser cuidadxs, se constituye como derecho humano. Las prácticas cotidianas de ser cuidadxs en espacios familiares, sociales, institucionales, son las que nos enseñan/transmiten los modos y las dimensiones de cuidarnos y cuidar a lxs otrxs. Son prácticas interpersonales, son recíprocas. Tienen una dimensión material, corporal, afectiva, relacional. Hacen la trama del lazo social. Pero la forma en que se ejercen/practican es hija de su época. Pensemos en las marcas que han dejado los 90, respecto de aspiraciones, valoraciones, ideas, modos de sentir, de acercarnos a lxs otrxs y al mundo que nos rodea, de resolver los conflictos; marcas que deseamos no sean indelebles, pero sabemos de lo trabajoso de darle nuevos sentidos y prácticas.
El filósofo Han dice que en el estado actual del mundo nos encontramos en un tiempo de desligaduras generalizadas. En este contexto hablar de una matriz de cuidados supone poner allí contenidos, formas: el cuidado, sus omisiones, los descuidos. La pandemia visibilizó el ejercicio, en unxs y otrxs, de cómo se entienden, cómo se realizan los cuidados para sí y para lxs demás. El caso de los contagios en Córdoba de las últimas semanas nos muestra esa dimensión. Una política de cuidado protege, repara, abriga, incluye, a través de Leyes, programas, intervenciones del Estado, en Salud, en la Justicia, en qué escuela, en los modos de crianza, en lo que produce una eficacia simbólica y construye lazo social.
El cuidado es un sistema de prácticas destinado a promover la vida, en tanto sostiene a los individuos, e inscribe filiaciones y pertenencias familiares, culturales y sociales que producen formas particulares de subjetividad. Es un articulador de la vida social
La escuela por-venir, un desafío para todos
La escuela, un significante muy potente que condensa historias, relatos, trabajo, espacios, rituales, un lugar, una institución, el Estado ahí. Un entramado complejo que produce… (y acá cada unx de nosotrxs pondrá su palabra). En lo que me concierne, la escuela produce modos de pensar, de habitar el mundo, de relacionarse. Escuela síntesis de demandas, de acciones, de entramados.
A qué escuela volvemos, es la pregunta. ¿Quiénes, con quiénes?, después de esta situación excepcional. Podría ser una oportunidad para repensarla. ¿Qué nuevas configuraciones se harán presentes?, habida cuenta de la exposición a cielo abierto de lo que mostró y dejará la pandemia.
La escena interrumpida el 20 de marzo del 2020 no se retoma donde se dejó. Una compañera ofrecía una imagen: “Volvemos con la carterita al aula y continuamos donde habíamos dejado” (el poeta y cineasta César González decía en un reportaje, “el cuerpo te lleva”, hablando de lo difícil que era hacer otra cosa que lo que hiciste siempre). Potente imagen que grafica que el cuerpo vuelve al mismo lugar y nos alerta sobre su imposibilidad. Porque en lo personal de cada unx pasaron muchas cosas, pérdidas, enfermedades, soledades, acompañamientos, vivir del modo que cada unx pudo y le fue posible. Con eso llegamos. Una dimensión que no está presente cuando se apela a la función de lxs trabajadorxs de la educación. Función que se visibilizó en cómo lxs docentes se las ingeniaron para trabajar desde sus casas, con los saberes y los dispositivos con los que contaban y lo que tuvieron que ir inventando y construyendo sobre la marcha. Sin dejar de mencionar, también, a todxs los que estuvieron de cuerpo presente en la escuela en la entrega de bolsones.
Poner el cuerpo, ¿es de la función o de las personas? Interesante sería no dejar de lado la dimensión personal, corporal, de cada unx en estas nuevas configuraciones, porque el distanciamiento se mantendrá un tiempo. Y volvemos a preguntarnos, ¿cómo se construye cercanía en esa nueva escena del distanciamiento físico, que ojalá no sea social? Si bien es prematuro concluir sobre los efectos de la pandemia, en el transcurriendo en el que estamos podríamos hacer una lista de los sentimientos, sensaciones, acontecimientos que vivimos durante este año y medio, también de lo que hicimos, inventamos, de los hallazgos, que sería interesante recuperar. Se habla poco del sentimiento de Miedo, y no es menor en lo que se escucha: en lxs que tuvieron Covid, lxs que estuvieron internadxs, lxs que no, lxs trabajadorxs esenciales. La dimensión personal y la dimensión colectiva como trabajadorxs; vale esta diferencia porque se escucha en estos tiempos una solicitud, un dar por sentado de parte de funcionarixs, medios de comunicación y otrxs, de la presencia de lxs docentes en las escuelas, apelando a la función, al saber hacer, como si su sola presencia bastara para garantizar la escuela.
Una política de cuidado protege, repara, abriga, incluye, a través de Leyes, programas, intervenciones del Estado, en Salud, en la Justicia, en qué escuela, en los modos de crianza, en lo que produce una eficacia simbólica y construye lazo social
Para cualquier familia la situación del aislamiento puso a prueba los recursos materiales y simbólicos con los que contaba. Un lógico aumento de las tensiones y conflictos fue moneda corriente en este tiempo. Cada unx sabe esto por sus propias vivencias. Lxs niños y adolescentes alumnxs han vivido y en algunos casos padecido los conflictos y diversas formas de vulneración de derechos en sus hogares. Lo muestran el aumento de llamados a los números de emergencia.
¿Qué palabras tenemos de lo que vivieron nuestrxs niñxs y adolescentes durante este tiempo? ¿Tuvieron rutinas? ¿Cómo organizaron sus días, sin el gran organizador que es la escuela? ¿Qué pasó en sus familias? ¿Ayudaron en la casa? ¿Trabajaron? ¿Se sintieron solxs, tristes, acompañadxs, cansadxs, “¿Y qué hacías cuando te sentías así”? ¿Pudieron hablar con alguien cuando les pasaba algo? ¿A qué jugaron? ¿Hubo algo nuevo, “Hiciste algo que antes no hacías”? Preguntar, escuchar, para pensar cosas nuevas, el/la que habla y el/la que escucha. No dar por supuesto, pasar de hacer por el/la otro/a a hacer con el/la otro/a.
¿Y lxs que se desvincularon? ¿Cómo hacerles saber que lxs estamos esperando? Especialmente lxs estudiantes de la escuela secundaria, que por su propio derrotero vital padecieron el aislamiento, pero también porque la escuela no logra alojar esa diversidad de nuestrxs adolescentes.
Entre todo lo nuevo que hubo, la familia apareció de otro modo en la escena, en su intimidad, su casa, sus modos. La familia se encontró realizado acciones que le eran hasta ahora lejanas y/o desconocidas, se reconvirtió de algún modo en su relación con los aprendizajes de sus hijxs, encontrando dificultades materiales, pedagógicas, socioculturales, agregando allí la propia afectación de cada familia en la circunstancia de vivir del modo que pudo, con los recursos que tenía, y con los que se ofrecieron desde el Estado. Esas familias perdieron su anonimato en la escena del trabajo remoto o de las nuevas presencialidades.
Entre la omnipotencia de pensar que podremos hacer todo y la impotencia de que la realidad nos supera -dos caras de la misma moneda- vayamos por su contrario, la potencia: imaginar la escuela que queremos, apostar a la posibilidad de concretar algunas cosas.
Entre la omnipotencia de pensar que podremos hacer todo y la impotencia de que la realidad nos supera -dos caras de la misma moneda- vayamos por su contrario, la potencia: imaginar la escuela que queremos, apostar a la posibilidad de concretar algunas cosas.
Qué espacios, tiempos y dispositivos son necesarios para escuchar, debatir, proponer, construir la escuela por venir para que el cuerpo no nos lleve siempre al mismo lugar. La escuela por venir requiere de la participación, de las voces, de las acciones de todxs sus integrantes. Desde las políticas públicas, lxs trabajadorxs, las organizaciones e instituciones locales, las familias, hasta los necesarios e imprescindibles espacios de conversación y participación de lxs alumnxs.
Cuidar a lxs que cuidan, mirar a lxs que miran, escuchar a lxs que escuchan, en todas sus variantes y combinatorias es una forma de proponer contenidos y practicar una política de cuidados.
Mabel Ojea es psicóloga, psicoanalista e integrante de la Secretaría de Salud y DDHH del SUTEBA