NEUROCIENCIAS EN LA ESCUELA: CIENTIFICISMO Y MERCANTILIZACIÓN

Diálogo entre Laura Kiel y Gustavo Galli

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Gustavo Galli y la psicoanalista Laura Kiel, desmenuzan en esta conversación los sentidos de la aplicación cientificista de las neurociencias en la escuela y su utilización para instalar las ideas neoliberales en la actual campaña electoral.

Gustavo Galli: La intención de este espacio es que podamos conversar acerca de las neurociencias, un tema que vuelve al debate público con la presencia de Facundo Manes como pre candidato a Diputado Nacional, aunque también es preciso recordar que en la provincia de Buenos Aires, durante la gobernación de Vidal, se creó una Unidad en el año 2016 para trabajar acerca del “capital mental”, y su gobierno promovió la incorporación de las neurociencias y la educación emocional en el sistema educativo. La idea, entonces, es charlar sobre esta cuestión  y pensar cómo desde el psicoanálisis en principio y desde esta intersección que venís trabajando entre psicoanálisis y educación podemos leer este fenómeno.

Laura Kiel: Te agradezco especialmente esta oportunidad para compartir la preocupación por los efectos de empobrecimiento de las enseñanzas que produjo esa transformación de las emociones en un contenido. Y me quedo pensando que, quizás, no sea una buena idea haber invitado a una psicoanalista para hablar de Manes; seguramente hay muchísimos científicos serios que pueden argumentar de manera más idónea que yo por qué Manes es un personaje cuestionado en el campo de las neurociencias. Pero voy a hacer el esfuerzo de mostrar el uso deshonesto que hace de la legitimidad y autoridad que tiene la ciencia en nuestra sociedad. Manes circula por los medios como “El” neurocientífico con mayúsculas, enmascarando su discurso ideológico en verdades cerradas basadas en “evidencia científica» de supuestas investigaciones que nunca cita. Está de más aclarar que esa posición absolutista que asume para enunciar ciertas frases -que no van más allá del sentido común- no se condice con la humildad y provisoriedad de los científicos que realmente investigan. Hace uso de ese semblante de “científico” para sacar del terreno de la conversación y del campo de la construcción democrática los grandes temas políticos.   Sin embargo, no podemos desconocer que ese discurso resulta seductor y convincente.  No es tan obvio para mí por qué los circuitos de recompensas o los niveles de dopamina pueden volverse una respuesta aceptable en una conversación política o educativa. Por eso me preocupa e intento entender. En principio, si te parece, puedo compartir algunas de las cuestiones que fui aprendiendo en el camino. Una de las cuestiones que me permite justificar que Manes no es un científico es la diferencia entre ciencia y cientificismo. El cientificismo es un discurso que avanza y coloniza todos los otros ámbitos de la vida, todos los otros discursos, por eso Manes se atribuye la autoridad para hablar de educación, de salud, de política. Todos los ámbitos de lo humano quedan subsumidos o reducidos al funcionamiento del cerebro. Yo lo escuchaba ayer, y puede hablar desde el amor hasta las adicciones, todo con un esquema muy simple basado en un sistema de recompensas, neurotransmisores y sustancias químicas. 

Manes circula por los medios como “El” neurocientífico con mayúsculas, enmascarando su discurso ideológico en verdades cerradas basadas en “evidencia científica» de supuestas investigaciones que nunca cita

G.G.: Es interesante esto que decís, porque la manera de construir sentido común, en general, es la simplificación de lo complejo. El sentido común se construye simplificando todo pero de una manera que termina banalizando y desgastando, cualquier concepto.

L.K.: por eso mismo me parece tan peligroso. Este discurso cientificista es un nuevo modo de totalitarismo para el que aún no hemos construido anticuerpos. Todos podemos reconocer las formas que adoptaron los totalitarismos en el siglo XX. Pero aún no nos resulta tan sencillo advertir estos nuevos discursos totalitarios. Si lees detenidamente los libros de Manes, lo que está ofreciendo con la propuesta de “educar” las emociones, no sólo es la posibilidad de anticipar la toma de decisiones de las personas sino el control de los comportamientos sociales, que van desde los hábitos de consumo hasta las elecciones políticas. Hay una promesa de control de la población encubierta bajo una promesa de felicidad. ¿Qué le promete al poder político?, que el miedo, la violencia y los afectos se controlan por regulación química de áreas del cerebro involucradas. Una nueva versión de Un mundo feliz[1] que se consigue en el mercado en pastillitas de colores. La felicidad se regula en base a aumentos o disminuciones de dopamina u otros neurotransmisores. En definitiva lo que está detrás de ese discurso tan seductor son intereses económicos. No se trata de discusiones científicas sino ideológicas. Y mi preocupación es que esta ideología disfrazada de ciencia va de la mano de la transformación de la salud mental en una mercancía privilegiada bajo la instalación de una lógica de mercado funcional al neoliberalismo.

G.G.: No es que haya aquí una posición en contra de las neurociencias. Al contrario, todos sabemos que los avances serios en el estudio de todo lo que tiene que ver con nuestro sistema nervioso, siempre son bienvenidos. El problema es la banalización, la pseudociencia o también el “aplicacionismo” que se pretende instalar de la neurociencia en la educación. Si las neurociencias ayudan a  comprender algunas cuestiones que tienen que ver con los aprendizajes, el “aplicacionismo” lo traslada acríticamente a la escuela. Uno de los problemas más profundos que creo que tiene esta perspectiva de neurociencias en educación es que centra todo su pensamiento y reflexión en el aprendizaje y desconoce la enseñanza y sus condiciones. Entonces nos explican cómo aprenden los chicos pero desconociendo qué es lo que hay que hacer para que un contenido cualquiera pueda ser transmitido, mediado y entonces pueda ser aprendido. Y volviendo  sobre lo que vos decías del tema de la mercancía, en 2016 la ex gobernadora Vidal firma el decreto 958 creando la Unidad de Coordinación para el desarrollo del Capital Mental, que dependía del Ministerio de Coordinación. El Consejo Consultivo Científico estaba integrado por el propio Manes. Esta unidad ha sacado en su momento algunos documentos, entre ellos  “Capital Mental: iniciativas en curso”  que tiene un párrafo destacado que aquí cito: “Los costos de no actuar. En el futuro, los países pagarán por no actuar tempranamente para proteger a los niños ni promover el desarrollo infantil temprano. El 43% de los niños menores de 5 años en países en desarrollo se encuentran en riesgo elevado de presentar un retraso en el desarrollo y pueden perder hasta un cuarto de sus ingresos en la adultez. En determinados países, los beneficios resignados a nivel país podrían representar hasta dos veces la inversión en salud pública”. Aquí se refleja de forma explícita lo está de fondo en la teoría del capital mental y es interesante ver como hay tres conceptos fuertes que tienen un hilo conductor: neurociencias, capital mental y capital humano. Hay una teoría socioeconómica referenciada en el neoliberalismo que sustenta la aplicación acrítica de las neurociencias y de la educación emocional en el sistema educativo.

Uno de los problemas más profundos que creo que tiene esta perspectiva de neurociencias en educación es que centra todo su pensamiento y reflexión en el aprendizaje y desconoce la enseñanza y sus condiciones. Entonces nos explican cómo aprenden los chicos pero desconociendo qué es lo que hay que hacer para que un contenido cualquiera pueda ser transmitido, mediado y entonces pueda ser aprendido

L.K.: Me interesa reforzar que no estamos hablando de neurociencias sino del uso que se hace de estos discursos cientificistas que invaden la salud y la educación con lógicas mercantilizadas. Estamos tratando de ubicar ciertos deslizamientos que pueden parecer muy sutiles pero con consecuencias enormes, como por ejemplo pasar de preguntarnos cómo aprenden los pibes a pasar a explicar cómo aprende el cerebro. Manes no está preocupado por los aprendizajes de los pibes sino por la reducción de los sujetos a su condición de un cerebro. Y por otro lado, esa misma operación la podemos reconocer al hablar del capital mental. Dejemos de lado la referencia al capital, primero por obvia pero segundo porque me metería en temáticas que toco de oído. Pero sí me interesa destacar nuevamente ese pasaje que subsume lo humano a lo mental y equipara mental con el cerebro  para terminar definiendo al cerebro como el capital más preciado. Entonces, finalmente, lo que está en juego ya no son solo definiciones epistemológicas sino éticas. ¿Que nos define como seres humanos? Manes da una respuesta muy sencilla. ¿Qué nos hace humanos?, una región del cerebro. El cerebro nos hace humanos.  Esta definición que reduce la condición humana a un organismo observable y medible -el cerebro- es la operación ideológica que le permite meterse en cualquier otra disciplina y por supuesto, en educación. Mark Fisher[2] nos muestra muy claramente lo que él denomina la operatoria del realismo capitalista que consiste en tratar un hecho político como un hecho natural -o empírico, o biológico-, despojándolo así, de su dimensión política. Esta operatoria llevó a la “plaga” de las “enfermedades mentales” y a la transformación del sistema escolar en un mercado que hace de cada estudiante un posible paciente. La operación es siniestra.  “El 43% de los niños menores de 5 años se encuentran en riesgo elevado de presentar un retraso en el desarrollo” o “El 10 % de los niños y niñas que tenemos en las aulas padecen dislexia” Y los costos de no actuar se miden en pérdidas económicas. Con esa idea de que los niños y niñas están subdiagnosticados, se abrieron las puertas de las aulas para salir a detectar a los estudiantes con dislexia o a prevenir futuros problemas de retraso en el desarrollo. Con esta mirada diagnosticadora recibimos en muchos casos a los niños y niñas en las salas de inicial. Esta operación transforma a las y los estudiantes en posibles portadores de enfermedades y por lo tanto, en objetos de evaluaciones, estudios diagnósticos y por supuesto, en consumidores de medicación.  Desde la racionalidad del mercado, la preocupación está puesta en los costos de no actuar. Yo te puedo hablar de los costos subjetivos de actuar bajo esta lógica, de las consecuencias en las vidas de tantos y tantos pibes que quedan tomados como objetos del mercado.

G.G.: Es imprescindible hoy analizar cuestiones como los sobrediagnósticos, la medicalización y patologización de las infancias y adolescencias. Hay una industria  farmacológica que se vincula fuertemente con los “problemas de aprendizaje”. Quienes  no compartimos esta perspectiva no descartamos que haya problemas de aprendizaje, pero también asumimos que hay problemas de enseñanza, que hay condiciones que posibilitan, favorecen o no la enseñanza y el aprendizaje, y entendemos que todo eso está situado y contextualizado, no podemos hacer únicamente zoom sobre el problema individual de un/a estudiante para realizar generalizaciones o llegar a conclusiones universales. Es muy fácil en estos casos tomar la parte por el todo.  

Me interesa reforzar que no estamos hablando de neurociencias sino del uso que se hace de estos discursos cientificistas que invaden la salud y la educación con lógicas mercantilizadas.(…) Manes no está preocupado por los aprendizajes de los pibes sino por la reducción de los sujetos a su condición de un cerebro

L.K.: Claro, lo más perverso es que ya ni siquiera esa operación de privatización de las problemáticas pedagógicas recae sobre los sujetos sino sobre los cerebros. La transformación de los desafíos de enseñanza en problemas de aprendizaje individuales que, en otras épocas, tomaban un tinte culpabilizador o moralizante sobre los sujetos, hoy en día devienen en enfermedades mentales. Ya ni siquiera es el sujeto el responsable sino que la explicación está en el cerebro y la “solución” está en una medicación o tratamiento terapéutico. No sé cómo podemos preservar a nuestras y nuestros estudiantes de estas lógicas mercantilizadas con consecuencias tan devastadoras sobre sus vidas. La invención de enfermedades mentales es el mayor negocio de personajes como Manes que hicieron de la dislexia un producto del mercado y de los diagnósticos de los niños una distribución de servicios: cuántas sesiones semanales corresponden, cuántos estudios y qué medicación venden los laboratorios.  Los diagnósticos responden a una racionalidad económica. Pasé mi adolescencia escuchando a Serrat, por eso te digo que entre estos tipos y yo hay algo personal. Se trata de qué estatuto tiene para vos ese pibe que tenés delante. Y entonces, si volvemos a la educación, estamos frente a concepciones que son irreconciliables. Tenemos que decidir  si queremos que los niños y niñas aprendan violín o ajedrez y estudien matemática para desarrollar el cerebro, porque ese es el capital de un país en función de las ganancias o la acumulación de las riquezas o el crecimiento de las desigualdades; o si queremos una escuela donde los niños aprendan ajedrez, violín, matemática, arte, para disfrutarlo, porque les gusta, para desarrollarse como personas. Para Manes será un cerebro al que hay que medir, scanear, evaluar con técnicas. Por eso, no hace falta escucharlo, no importa saber nada de la historia, porque solo necesitás una imagen del cerebro o una evaluación diagnóstica. Sin embargo, para un docente, ese estudiante que tiene delante es un sujeto, con nombre, con voz,  con una historia, con derechos.  

G.G.: Me parece interesantísimo esto que estás planteando Laura, y es pertinente traer el planteo de Wendy Brown que toma al neoliberalismo como una racionalidad. En uno de sus libros[3] dedica un capítulo al tema del capital mental y el capital humano. Ella habla acerca de la teoría del capital humano como el lugar de la autoinversión. Es decir, cada uno tiene que invertir en sí mismo, y se construye una métrica de mercado que va a definir si esa inversión tiene algún valor o, si por lo menos  ese individuo logra evitar su propia depreciación. La acumulación de capital humano no implica lograr incorporarte con “cierto valor” al sistema, sino también es casi tan importante como eso, no descender en la competencia de mercado. El capital mental tiene que ver con entender el conocimiento y el pensamiento, en función de una mejora del capital, es  la valorización en términos de capitales de cada individuo. Si volvemos al párrafo del documento de la Unidad de la que Manes participaba, lo notamos muy claramente El tema central, desde esta perspectiva, es cuánto se puede evitar perder en términos económicos. No importa si el problema de desarrollo afecta la salud o la propia humanidad de esxs pibxs, lo que importa es cuánta riqueza se va a perder de recaudar un país (o el poder concentrado nacional y transnacional) en función de esos problemas de desarrollo. Algo central que sostiene Wendy Brown, es que la constante del neoliberalismo es dejar de lado la mirada de lo común, de lo público, para pasar solamente a la dimensión de lo privado. La ruptura del lazo social. 

L.K.: Para Manes la principal riqueza de un país es el cerebro de las personas, no las personas, ni lo público, ni lo común. De lo que se trata es de la riqueza de un país. Más clarito no lo puede decir. En estos días lo escuchaba hablar de la promesa de felicidad, de salir del dolor de su país, salir de la resiliencia. Tiene un discurso propio de discursos cerrados, mesiánicos, difíciles de dialectizar. Mientras lo escuchaba trataba de buscar argumentos para mostrar del mejor modo posible estas racionalidades irreconciliables de las que hablamos. Para nosotros los niños, las niñas, les jóvenes son sujetos, son estudiantes, no son pacientes y mucho menos clientes. 

G.G.: Hay algo que vos planteabas en torno al tema de las patologizaciones que hay que desmenuzar  porque es un discurso que entra en el sistema educativo y sabemos que es muy difícil desactivar después. La crítica que se le tiene que hacer a esa perspectiva es profunda porque ese sentido común se convierte es seductor, sobre todo porque el problema es siempre del “otro”. Y lo que me preocupa es ver de qué manera nosotros podemos ponerlo en discusión.

L.K.: Tal cual, quizás podamos en otra oportunidad charlar sobre estos discursos seductores por lo pragmáticos, tan de época, con saberes de “especialistas”, al estilo de soluciones ya, que prometen desembarazarnos de los sujetos y sólo producen patología.  Es importante reconocer que estos son fenómenos generalizados y globales. Recurro nuevamente a Fisher porque él también advertía, en un contexto diferente al nuestro, sobre el número excesivo de estudiantes que padecían alguna variante de dislexia. Para él no era una exageración afirmar que ser “adolescente británico en la etapa actual del capitalismo tardía casi podría ser sinónimo de enfermedad”. Y que esta patologización en sí misma ya ocluye toda posibilidad de politización. Me gusta la cita porque dice de una manera clara lo que intenté transmitir.

G.G.: Laura, fue un gusto enorme, como siempre,  compartir con vos este rato de conversación y reflexión. Muchísimas gracias.

Laura Kiel: Soy psicoanalista, trabajo en educación desde hace muchos años. Ahora trabajo en la Dirección de Educación Especial de la PBA. Coordino una diplomatura de Inclusión Escolar con Orientación en TES (Trastornos Emocionales Severos) en la UNTREF.

[1] Novela de Aldous Huxley publicada por primera vez en 1932.

[2] Fisher, M. (2017) Realismo Capitalista: ¿No hay alternativa? Buenos Aires: Caja Negra.

[3] Brown, W. (2016) El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo. Barcelona: Malpaso.