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El creciente fenómeno de pibas jugando al fútbol en el contexto del poderoso movimiento de mujeres que signa estos tiempos, llevó a Siete3sietE a entrevistar a Mónica Santino, ex jugadora de fútbol y actual directora técnica, integrante del colectivo feminista La Nuestra que hace 12 años trabaja en la Villa 31, de la ciudad de Bs. As., con un proyecto de fútbol para mujeres. En el proceso de edición de lo que iba a ser el reportaje a una referente del fútbol femenino, de 54 años, interviene, desgrabando la entrevista, Julieta Heurtley, estudiante de Ciencias de la Educación de 28 años. Lo que Mónica cuenta moviliza a Julieta en su propio proceso de reflexión acerca del lugar de las mujeres en la sociedad. Que estas reflexiones se publiquen acompañando el relato que hace Mónica de su experiencia, pretende dar cuenta de la dimensión intergeneracional que tiene la lucha de las mujeres por la transformación de la historia
El futbol, estrategia de empoderamiento colectivo
Reportaje a Mónica Santino
¿Por qué el fútbol?
Jugué al fútbol toda mi vida y creo que el fútbol es, en Argentina, un bien cultural. Forma parte de nuestras costumbres, con el fútbol explicamos muchísimas cosas de la cotidianeidad, decimos, por ejemplo, ante cuestiones a resolver: “estuve atajando penales” o “la pateé afuera”. En nuestro país, el fútbol es un escenario que sintetiza cuestiones de la realidad; y es un escenario político. Entonces, seguir en el siglo XXI pretendiendo que las mujeres estamos afuera de un fenómeno cultural así, es demasiado.
Mujeres jugando al fútbol, ¿se lo puede leer como un boom, una moda, un fenómeno mediático?
Lo que viene pasando en este último tiempo es la cosecha de años de lucha de muchísimas compañeras. Es el resultado de muchas batallas, en un contexto político y social donde había, estos últimos años, un gobierno que oprimía las luchas populares y donde el feminismo estuvo y sigue batallando, con una transversalidad que le dio una fuerza enorme. También explico este feminismo con los 12 años de haber recuperado la política con la gestión anterior. Se volvió a entender que las transformaciones son políticas, con miles de pibas que estaban en distintos lugares militando y que encontraron en el feminismo un canal de despegue para hablar de las disputas adentro de los partidos políticos y de las organizaciones sociales, donde las mujeres también quedamos relegadas permanentemente.
¿Vos inscribís este fenómeno del fútbol en ese movimiento?
Sí, porque cuando muchas de nosotras éramos más pibas era impensable que el feminismo se ocupara del deporte. Era un feminismo elitista, blanco, de universidad, de academia, de muy pocas. Ahora el feminismo se popularizó un montón. Y logramos poner en agenda el derecho al juego, al deporte. Lo vemos en la selección argentina, que hace muy poco tuvo una actuación histórica en el mundial de Francia, y que son un grupo de pibas que hace un año protestaban porque no tenían viáticos ni recursos mínimos para poder entrenar; pidiendo ser escuchadas, exigiendo derechos. Cuando nosotras jugábamos, no había esa conciencia política. Éramos muy pocas las que hablábamos de esa conciencia y era muy fácil dejarte sola gritando en el vestuario o eliminarte. Ahora vos sabés que hay un conjunto de mujeres en la calle apoyando lo que vos estás diciendo o haciendo. En ese marco, tiene mucha visibilidad la denuncia de Macarena Sánchez, la jugadora que protesta por condiciones laborales y se expande de una manera increíble con las redes sociales, otra herramienta que no teníamos en nuestros años. Y esta selección argentina logra ingresar al mundial con un repechaje que se juega en la cancha de Arsenal, en noviembre del 2018, y es una cancha repleta de mujeres. Lo que pasa afuera políticamente es lo que las pibas logran transmitir en la cancha.
Lo de la selección sería como un hito histórico para entender por qué están paradas en este lugar ahora.
Esta actuación de la selección tiene su base en lo que las pibas sienten cuando se ponen la camiseta argentina. Juegan contra grandes potencias donde la brecha es enorme porque no tenemos los mismos recursos ni la misma preparación, porque el fútbol en Argentina, para las mujeres, no es profesional. Partidos que algunos gremios de docentes piden que se vean en las escuelas públicas, partidos que se ven en la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires, ligas enteras en provincia que se paran para ver los partidos… Ocurre un fenómeno social en un país que es eminentemente futbolero. Por eso cuando el futbolero común ve a alguien defendiendo la camiseta argentina de esa manera, él, que siempre decía que las mujeres no podían jugar, termina diciendo “esto es fútbol y estas pibas están jugando bien”.
¿Qué significa el fútbol para ustedes en La Nuestra?
Está planteado como un derecho al juego. Entendemos que el derecho al juego es un derecho humano, y ese derecho a jugar tiene una perspectiva de género: nosotras no podemos quedar afuera. Para las pibas en el barrio significa, sobre todo, romper un montón de estereotipos de conducta que para las mujeres están predeterminadas. En la villa las pibas están formateadas desde edad muy temprana para ser fundamentalmente madres. Tarea doméstica pesada, ocuparse de los otros pibes, ocuparse de los viejos, etc.; las mujeres están en el ámbito doméstico privado y para ocuparse de todas estas cuestiones. Poner ahí una pelota, y el derecho a jugar, como fue lo que hicimos en conjunto con ellas, significó, por ejemplo, apoderarse de la cancha del barrio, que la usaban siempre los varones. Cuando una piba ejerce ese derecho al juego, al ocio, a compartir con otras mujeres, con solamente el fútbol empieza a entender que puede levantar la cabeza. Esto es fundamental para poder empezar a jugar a la pelota, si no levantás la cabeza no le podés pasar la pelota a alguien. En esa levantada de cabeza, hay un recuperar un poco de dignidad, porque las pibas siempre llegan con la cabeza agachada, con montones de discursos que atraviesan los cuerpos, las maneras de ser y de vincularse. Que algunas hayan logrado, en el tiempo, que los compañeros varones cuiden a los pibes mientras ellas juegan, eso en el barrio eran impensado; los hijos son siempre de las mujeres. Ahí se empezaron a romper algunas pautas que para las pibas eran así sí o sí. Poner el derecho al juego en los barrios es una herramienta muy grande para erradicar la violencia de género. Porque eso implica una piba que está plantada de otra manera, que se va a vincular de otra manera con sus pares, que entiende que tiene un derecho y que quizás la maternidad no es la única posibilidad de ser mujer.
Y en esto, para ustedes, el deporte es fundamental.
Hay quienes toman el deporte desde el “asistencialismo”, desde un lugar fascista, eso del “cuerpo sano”. Es como decir, bueno los sacamos de la calle para que jueguen un ratito. No, no los sacamos de nada, lo que estamos haciendo es que ejerza un derecho para transformar el lugar y la comunidad. En La Nuestra lo llamamos una estrategia de empoderamiento colectivo. Porque nosotras nos convertimos en mejores entrenadoras a demanda de las pibas, y las pibas se convierten en jugadoras de fútbol. Ahí crecimos todas, no llegamos con una verdad revelada, es un proceso de transformación que fuimos aprendiendo con las pibas, que tiene mucha base en la educación popular, en sentarse a escuchar, en jugar a la pelota y después sentarnos a hablar, en problematizar eso que hacemos, en entender cómo son los vínculos, cómo es el lenguaje, qué nos pasa con los cuerpos por ser mujeres, qué nos pasa cuando vamos creciendo con nuestros cuerpos. El fútbol pone un escenario a todo eso, en un deporte que siempre fue considerado de hombres. Entonces todo lo que pasa ahí es verdaderamente revolucionario, y tiene que ver con la educación. Donde las pibas aprenden mucho la cuestión comunitaria, porque los procesos de neoliberalismo y de individualismo también atravesaron los barrios y el tejido social se rompió. Las pibas vuelven a a entender que una transformación es colectiva. Eso te lo genera el fútbol porque si vos no te pasás la pelota con muchos, es difícil hacer un gol; no podés depender de la talentosa, necesitás a todas las funciones ahí rodando. Jugando te das cuenta que para cambiar algo necesitás a otro o a otra y que te tiene que importar el otro y la otra. También fue muy importante la conquista de la cancha. Las canchas son los espacios públicos por excelencia en los barrios, y cuando un grupo de pibas decidió que tal día a tal hora entrenaban y empezaron de a poco a echar a los varones, eso fue tremendo, porque es el lugar donde todo se ve. Difícilmente se construya una casa en la cancha de fútbol, por más necesidad que haya, la cancha se respeta a rajatabla; entonces una piba ahí jugando a la pelota y que todo el barrio la vea, creo que fue la base de todo el cambio que pudimos establecer.
Nuestro despliegue de “ser mujeres”
PorJulieta Heurtley
La experiencia de Mónica me llega a través de una entrevista grabada que tuve que pasar a texto. Lo primero que me pasó, al escucharla decir que toda su vida jugó al fútbol, fue recordar algo que había estado hablando con compañerxs unas semanas atrás: si bien hoy son más las chicas que conocemos que juegan a la pelota, ya hace muchos años había mujeres con esa pasión pero que eso no llegaba a estar en boca de la gente.
Creo que esto es muy importante tenerlo en cuenta a la hora de hablar de feminismo, o de cualquier espacio ganado por las mujeres con el correr del tiempo: la persistencia de la lucha de muchas mujeres a lo largo de muchísimos años. Es importante para que el fenómeno no sea visto como que ocurrió “de la nada”.
No me gusta el fútbol. Ni mirarlo ni jugarlo. Por eso, cuando mis amigas empezaron a hablar del fútbol femenino, y empezaron a llegarme las denuncias de Macarena Sánchez, me costó mostrar interés en el tema. Entendía que el reclamo que hacían era justo, pero no me sentía atraída. En 2018, cuando comenzó el mundial, fui dándome cuenta que esa también era una posibilidad que se abría para seguir disputando espacios. Me sentí representada y convocada por las jugadoras no desde el amor al juego -como sí les sucedió a algunas amigas mías- sino desde la lucha que dieron en una estructura tan machista y el lugar que se hicieron a los empujones. Y así, cuando comenzó el mundial, yo -que jamás había visto más de diez minutos de un partido- en cada lugar que estuviera pedía que pusieran el partido en la televisión.
Como muchos hombres suelen hacer un despliegue del “ser varón” en los lugares públicos, gritando los goles o hablando de deportes como si fuera algo exclusivamente de ellos, nosotras comenzamos a hacer nuestro despliegue de un “ser mujeres”, pero no como las mujeres que la sociedad suele exigir que seamos, sino mujeres que nos hacemos lugar ahí donde se nos suele negar la entrada o la participación. Y no entramos pidiendo permiso tímidamente, entramos reclamando estar donde tengamos ganas de hacerlo.
Es por eso, que cuando la escucho a Mónica afirmar que el fútbol es un escenario político entiendo como nunca antes a qué se refiere. Entiendo que su larga lucha por “instalar” a las mujeres en el fútbol es un acto fuertemente político y que traspasa los límites de la cancha. La realidad política y social se ve reflejada en el fútbol y lo que sucede en el mundo futbolístico sale también a esa realidad. Ambos escenarios se retroalimentan: la “ola feminista” que se vive en el país ayudó a impulsar con más fuerza el reclamo de las jugadoras y a su vez lo que las jugadoras dejan en la cancha, sale a interpelarnos a muchas mujeres que no veíamos en el fútbol un ámbito donde dar pelea.
Otra cosa que me sucedió al escuchar a Mónica fue repensar muchos debates de los que he formado parte sobre el feminismo, dentro del cual Mónica inscribe al fútbol femenino. Una parte considerable de la población lo entiende como un fenómeno de las nuevas generaciones, incluso como un corte entre “las jóvenes” y sus madres, abuelas, etc. Esto lo he escuchado tanto de unas como de otras; muchas chicas jóvenes no ven su militancia feminista como un “legado” de luchas anteriores, sino como algo propio, que las anteriores generaciones no comprenden; a su vez muchas mujeres de la edad de Mónica lo ven como un “boom”, una moda, como algo que no les pertenece. Creo -y Mónica me hace reafirmar en esta posición- que el feminismo vendría a ser más bien una especie de “hilo conductor” en la historia de madres e hijas, un nexo entre generaciones. Es transversal a todo, y no puede explicarse sin mirar la historia de la lucha de las mujeres por ganarse distintos espacios durante muchísimos años. Verlo como una ocurrencia descabellada de “las jóvenes” o, yendo al tema de la entrevista, “ahora de repente quieren jugar al fútbol”, es denostar todas esas disputas, que tal vez en su momento no han sido ganadas, pero sí nos han acercado poco a poco a una realidad un poco más igualitaria.
Por último, hay un planteo de Mónica que es sumamente enriquecedor y es lo que dice acerca de cómo el fútbol afecta positivamente la vida de las chicas de la villa donde ella tiene presencia con su organización. Creo que si bien el feminismo tuvo un proceso fuerte de popularización con respecto a hace 20 ó 30 años atrás, aún no se ha logrado que gran parte de los discursos que lo atraviesan logren dialogar con las problemáticas reales que se viven en los sectores más vulnerados. A veces las organizaciones llegan a los barrios con planteos para tratar casos de violencia de género, acceso a educación, salud, y otras problemáticas, pero que la gente no se siente interpelada. Mónica logra un acercamiento a las pibas del barrio a través del juego, justamente por lo popular que es, por toda la carga cultural que tiene el fútbol en nuestro país, y por esta vía se pueden tratar ciertos temas muy arraigados en la sociedad pero desde un lugar más “indirecto”, menos del discurso, menos de la teoría. Proponiendo jugar, aprendiendo y enriqueciéndose todas con la experiencia, más que yendo a darles una verdad revelada. Me parece de vital importancia que esto sea reconocido. No solo hacen falta más Mónicas, es necesario darle más visibilidad a estas experiencias para multiplicarlas y lograr una transformación transversal a toda la sociedad.