MALVINAS: UNA HISTORIA A RESCATAR

Reportaje a Angel Callea

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Volver de Malvinas, el silencio de la gente, la sensación de que “acá no pasó nada”. De esto habla Angel Callea, docente ya jubilado, y ex combatiente. Relata también el proyecto que como Agrupación de Ex-Combatientes han llevado adelante con escuelas de Patagones, poniendo a las aulas el nombre de un soldado caído. Un trabajo con alumnxs, docentes y comunidades de reconocimiento a los que lucharon por nuestra soberanía. “Es, como quien dice, un mimo a las familias de los caídos y a nosotrxs, es una forma de reparar, de curar”.

Angel Callea

Siete3siete: ¿Cuándo surge la idea?

Angel Callea: Desde que formamos la Agrupación, en el año 88, siempre vimos que había mucha participación de las escuelas en los actos del 2 de abril. Un día me pidieron si podía ir a hablar algo de Malvinas con lxs alumnxs. Así empezó todo un periplo hasta que, en el año 2011, dos secundarias hicieron un trabajo en conjunto que terminó en un mural muy bonito. Quedamos conmovidos, pero no terminamos ahí. El año anterior, en el acto oficial del 2 de abril, se había presentado la historia de Julio Cao que fue un soldado, docente, que falleció en Malvinas. Allí estaba la mamá, Delmira, contando la historia y leyendo la carta que él mandó a sus alumnxs estando en las islas. En ese acto escuchamos algo así como “qué lindo sería que en cada aula de cada escuela esté el nombre de un veterano”. Laidea nos quedó dando vueltas, lo charlamos con estas dos escuelas secundarias, y en el momento que hicimos la inauguración del mural les anunciamos que íbamos a hacer todo lo posible para ver cómo podíamos poner en un aula de cada escuela el nombre de un caído. A través de Delmira, nos pusimos en contacto con la Comisión Nacional de Veteranos de Guerra, ellos designaron dos compañeros caídos, tomamos contacto con las familias y empezamos a trabajar con las escuelas. Así arrancó todo. Después vino otra escuela, luego otra y llegamos a 8. No fue fácil ni rápido. Cada escuela lleva adelante su proceso. Lo primero que nosotros vemos es el grado de compromiso que hay cada vez que alguna escuela se pone en contacto. Porque nosotros esperamos que nos pidan, no lo imponemos ni lo sugerimos. Creemos que así se va a dar naturalmente el compromiso. Por ejemplo, en las últimas escuelas que pudimos hacer antes de la pandemia, todavía lxs docentes y lxs alumnxs se siguen conectando con los familiares. Es, como quien dice, un mimo a las familias de los caídos y a nosotrxs, es una forma de reparar, de curar.

En ese acto escuchamos algo así como “qué lindo sería que en cada aula de cada escuela esté el nombre de un veterano”

Siete3siete: ¿Cómo fue tu experiencia en Malvinas?

A:C: En el 81 había hecho el servicio militar en ejército. Me dieron la baja en marzo. Yo estaba buscando trabajo; soy del conurbano y la situación estaba muy difícil económicamente. A la semana de la recuperación de Malvinas me llaman para reincorporarme y el 12 ó 13 de abril aparecemos en las islas. Nos tocó caminar desde lo que era el aeropuerto hasta el puerto, unos cuantos kilómetros, con llovizna y viento. Así nos recibieron las islas. Al día siguiente nos dieron una misión en otro lugar. En teoría la misión era ir y volver al otro día, pero cuando empezamos a regresar nos contacta nuestro capitán y nos dice que nos tenemos que quedar ahí con lo que teníamos porque ya en Puerto Argentino no había lugar para albergar a más nadie. Nos fuimos adaptando a ese clima, a la intemperie, ni siquiera carpa tenía y, bueno, estuve en esa zona hasta la rendición.

me di cuenta que en esta zona, que sería el norte de la Patagonia, la guerra se vivió de otra forma. Y a los veteranos los veían de otra forma. Creo que esto también ayudó a este trabajo en las escuelas

Siete3siete: ¿Qué sucedió cuando volviste?

A.C.: Fue muy duro. Tuve la suerte de tener una contención de familia y de compañerxs, y de quien era, en esa época, mi novia y después fue mi esposa y madre de mis hijos. Antes de retomar la colimba y de ir a las islas había empezado la secundaria de adultos. Cuando volví estaba en un estado… no sabía ni dónde estaba, y no era consciente tampoco de lo que me estaba pasando. Gracias a la presión de mis compañerxs de escuela -que me dijeron que allí me habían guardado la vacante- y de mis ex compañerxs del trabajo que tenía antes de hacer el servicio militar, me fui insertando en lo laboral y otra vez en el estudio. Y bueno, empecé a caminar una vida lo más normal posible o lo que me parecía en ese momento. Digo esto porque hasta me había desacostumbrado a cosas como estar sentado en una silla con una mesa adelante, porque había estado viviendo prácticamente a la intemperie más de 70 días. El trabajo era provisorio porque la situación económica estaba muy difícil y los dueños de la empresa me habían dicho que era hasta que por lo menos me acomodara. Me iba encontrando con gente que no quería saber nada con los veteranos, porque tenía miedo de que fuéramos a estar mal. No me lo decían directamente, pero se notaba. Hasta que conseguí un trabajo más estable, seguí avanzando con el estudio y empecé Trabajo Social en la Universidad de Morón. Tuve la suerte de que cuando se enteraron que era veterano -yo no lo decía, por las dudas- me becaron. Había cumplido ya el segundo año, había metido todas las materias, pero me quedé sin trabajo y salí a buscar. Y terminé acá en Patagones. Me costó, otra vez fue callarme por las dudas, porque no sabía cómo iba a venir la mano. Hasta que me fui acomodando y me di cuenta que en esta zona, que sería el norte de la Patagonia, la guerra se vivió de otra forma. Y a los veteranos los veían de otra forma. Creo que esto también ayudó a este trabajo en las escuelas.

Siete3siete: ¿Cuáles fueron tus vivencias cuando empezaste a entrar a las escuelas de Malvinas?

A.C.: Era hablar de a poco, con mucho cuidado, sobre todo con chicxs pequeñxs. Hablar de 40 años atrás es, para ellxs, la prehistoria. Me pongo en su lugar y es como que yo pudiera entrevistar a alguien que cruzó los Andes con San Martín. El efecto más directo era con lxs de secundaria porque yo no estaba, en esa época, tan lejos en la edad de ellxs. Creo que a chicxs y adolescentes el tema les interesa mucho. Cuando uno empieza a contar cómo era la vida en el año 81, 82, lxs pibxs se quedan asombradísimos. Incluso en algún encuentro hasta se han quedado padres y madres para escucharnos y participar. En relación a lxs adultxs, una escuela de acá hizo un trabajo muy interesante, salieron a preguntarle a la gente qué le había pasado en el transcurso de la guerra. Hicieron un documental y vos escuchás, por ejemplo, que había quienes eran jefes de manzana, y tenían que salir a supervisar que todas las ventanas estuvieran oscurecidas, o que en determinado momento de la noche no se podía andar porque había como toque de queda, o que todo el mundo salía a colaborar cuando pasaba el tren lleno de soldados, a llevarles un chocolate. Esa es otra historia que hay que rescatarla, si no se pierde. En Buenos Aires creo que fue distinto. La sensación que yo tuve cuando volví es que “acá no pasó nada”, los boliches seguían abiertos, los cines seguían abiertos, estaba todavía el mundial dando vueltas y nadie se preguntaba “che, ¿qué pasó?”. Hasta amigos míos, después me enteré, no me querían sacar el tema por las dudas me hiciera mal.

todo el mundo salía a colaborar cuando pasaba el tren lleno de soldados, a llevarles un chocolate. Esa es otra historia que hay que rescatarla, si no se pierde

Siete3siete: ¿Qué les dirías a tus compañerxs docentes acerca de trabajar en las escuelas el tema de Malvinas y de la idea de soberanía?

A.C.: Por supuesto el tema de la soberanía está dando vueltas sobre el tema de Malvinas. Pero también tenemos soberanía en otras cosas que hay que seguir luchando y mucho. No estoy muy lejos de Río Negro con todo lo que pasa con Lewis y también la presión que hay contra el pueblo mapuche. En relación a Malvinas, no quiero poner el ejemplo nuestro como si fuera una receta. En cada lugar puede haber un veterano de guerra o un familiar dispuesto a ir a hablar con lxs chicxs. Creo que hay que tomarlo desde un punto de vista lo más humano posible. Y si el lugar más humano posible es ponerle el nombre de un caído a un aula y poder trabajarlo con la familia creo que es lo mejor. Porque están ayudando a reconocer el esfuerzo de las familias que son, en toda esta historia, lo más olvidado. Ver a unos padres o madres que han dejado la habitación de su hijo tal cual él la dejó, es conmovedor. Ahí falta mucho afecto, mucho abrazo. Y si la escuela puede hacer un reconocimiento, seria bárbaro.