Hablamos con la Antropóloga Social, investigadora y profesora universitaria Laura Santillán, quien nos cuenta sobre las relaciones estrechas que se dieron entre las escuelas y las familias de las barriadas durante la pandemia y los aprendizajes que se pueden extraer escuchando a lxs pibxs.
¿Cómo ves el impacto de la pandemia en los territorios en los que trabajas día a día?
Laura Santillán: Desde hace unos años a esta parte me encuentro realizando trabajos de investigación que me insertan de lleno en los barrios populares del gran Bs. As.; reflexionando sobre las infancias, sobre cómo transcurren las vidas de las niñas y de los niños, pudiendo hablar con ellxs y también con sus referentes familiares y educadorxs. Y esto significa pensar las infancias en su contexto situado. Por eso, hoy no podemos abstraer a las infancias del contexto de pandemia. Como bien lo dijeron varias teóricas y teóricos a los que leemos, la pandemia no discriminaba -todos podíamos estar frente a la posibilidad de enfermarnos- pero no nos posicionó en condiciones iguales. Cuando pensamos en lxs chicxs de nuestra Provincia, tenemos que pensar en sus diferentes contextos -urbanos, rurales- y en una profunda desigualdad social.
Si en términos generales la aparición del COVID 19 constituyó un evento muy perjudicial a nivel global, hay contextos donde la pandemia ha producido efectos profundamente regresivos, en lo laboral, lo económico, en las condiciones de vida materiales, en las condiciones habitacionales. Hay que pensar las infancias en su heterogeneidad, desigualdad, y atravesadas por la pandemia en formas muy distintas, incluso en las formas de llevar adelante el confinamiento. En las voces de las chicas y chicos algo unánime es que el confinamiento fue vivido de manera muy sufrida, pero llevado delante de manera muy diversa. Aquí es interesante cómo pensamos a lxs chicxs frente al cuidado. Porque los barrios económicamente desfavorecidos y, en concreto, quienes los habitan, fueron vistos en un primer momento como peligrosos, porque no se cuidaban. Por ejemplo, en los barrios donde investigo, en donde la condición habitacional queda muy restringida o donde las separaciones entre casas es muy escasa, la circulación de chicxs y jóvenes se dió efectivamente en muchos casos, pero esto no implicó que esxs chicxs no hayan sido portadores de cuidado. O sea, cuidaron a otros y otras. Hay relatos de chicxs donde, con los recaudos necesarios, ellxs fueron clave para la circulación de elementos entre familias, o unir parientes entre sí, o en el cuidado de adultos mayores.
Sin “romantizar” lo que significó la pandemia, éste es un punto que me interesa poner sobre la mesa: pensar a los chicos y chicas como necesarios receptores de cuidado, con condiciones muy marcadas por la desigualdad, pero también, en este contexto de pandemia y más allá de él, como portadoras y productores calificados de cuidado.
737: ¿Qué sucedió en la pandemia con algo tan central para las infancias como es la sociabilidad?
L. S.: En esto la pandemia ha hecho estragos, sobre todo al momento de cerrarse espacios muy significativos para los chicos y las chicas. Me refiero sin dudas a la escuela, en tanto escenario clave para los aprendizajes en conjunto y, por supuesto, la sociabilidad. Y, para algunas infancias, también lugar de la denuncia ante un derecho vulnerado. En algunas situaciones, en plena vigencia de una medida que fue necesaria de implementar como ha sido la del ASPO, fue muy compleja la situación de la no presencia de los chicos y las chicas en la escuela, ya que cercenó de alguna manera la posibilidad de hacer público algún problema singular. Por otro lado, en sus distintas etapas, la continuidad pedagógica a distancia, a la que todxs les pusimos mucho esfuerzo, también colocó a las infancias frente a una importante desigualdad. Algunos chicos, como sabemos, tuvieron sus posibilidades muy restringidas en relación a los dispositivos necesarios para esa continuidad. Continuidad pedagógica que también condujo a otra arista para tener en cuenta. Algo que es interés de la escuela, es trabajar la autonomía. Lo que aconteció en el contexto de pandemia –y las medidas asociadas a ella de distanciamiento social que fueron necesarias de implementar- es la fuerte mediación adulta que los chicos y las chicas tuvieron, al menos en el primer momento del aislamiento. No estar presentes en la escuela implicó, sobre todo para las más chicas y los más chicos, la mediación de sus referentes adultos, tanto en proveer el dispositivo como el de otorgar las condiciones para que se lleve adelante la tarea escolar. Hay una gran diversidad en cómo las infancias quedaron mediadas por el mundo adulto, pero esto no significó la ausencia de su protagonismo, de sus intereses. Al menos los chicos y chicas que entrevisté, señalan de manera muy contundente las demandas que hicieron a estos adultos referentes, sabiendo cómo se había decidido en su escuela la continuidad pedagógica y lo que debían hacer. También las demandas a otros referentes que no son sus familiares. Si pensamos en el Gran Buenos Aires, con otras modalidades para el interior de la Provincia, no solamente están presentes familias y escuelas, también hay organizaciones populares, organizaciones sociales. En ese sentido, hablando con las referentes a cargo de estas organizaciones, fue muy costoso no encontrarse con los chicos y las chicas, que demandaron a las organizaciones tener un lugar. Hay casos, incluso, en donde lxs chicxs y lxs adolecentes usaron los espacios al aire libre de esas organizaciones que estaban sin actividad, los hicieron suyos.
Sin “romantizar” lo que significó la pandemia, éste es un punto que me interesa poner sobre la mesa: pensar a los chicos y chicas como necesarios receptores de cuidado, con condiciones muy marcadas por la desigualdad, pero también, en este contexto de pandemia y más allá de él, como portadoras y productores calificados de cuidado.
737: ¿Qué significó para las familias todo este período?
L. S.: Los contextos familiares vivieron de manera muy cruda la pandemia y las medidas asociadas al aislamiento y distanciamiento social. En paralelo al sufrimiento por el padecimiento mismo de la enfermedad y los efectos adversos del confinamiento, significó reacondicionar muchas cuestiones al interior de los hogares. Esto fue así para todas las clases sociales, pero pensemos en lugares en donde el espacio se reduce a uno o dos ambientes.
La vivencia de la continuidad pedagógica en las familias fue muy diversa entre sí, las condiciones materiales objetivas marcan esa diversidad, también la disponibilidad de las personas. Muchas familias hicieron un enorme esfuerzo con prácticamente nulos dispositivos, en muchos casos sin saber lo necesario acerca de la tecnología, algo que nos pasó a todxs. El aprendizaje de cómo manejarse con una plataforma virtual y empezar a hacerse partícipes. Algo qué aconteció en el mundo adulto, es que la pandemia tuvo y tiene efectos muy crudos, muy adversos, y, paradojalmente, está produciendo efectos no previstos y poniendo en valor muchas cosas.
La pandemia quebró nuestra vida cotidiana y entonces se acabaron los automatismos. Para las familias, implicó poner en valor a la escuela (…) En condiciones de adversidad, fue muy fuerte ese encuentro semanal, quincenal, de entrega de alimentos, en donde también se ofrecía algún material por escrito, en donde muchas familias pudieron verbalizar sus vicisitudes, se sintieron escuchadas, amparadas por las escuelas.
La pandemia quebró nuestra vida cotidiana y entonces se acabaron los automatismos. Para las familias, como me expresan muchas mujeres y hombres que entrevisté, implicó poner en valor incluso a la escuela. Poner en valor lo que las maestras de Inicial cotidianamente hacían con los chicos, que no era solo jugar, sino también construir experiencias de aprendizaje. Poner en valor a la escuela primaria por el lugar el acompañamiento que ocuparon las maestras, los maestros y directivos para las familias. En condiciones de adversidad, fue muy fuerte ese encuentro semanal, quincenal, de entrega de alimentos, en donde también se ofrecía algún material por escrito, en donde muchas familias pudieron verbalizar sus vicisitudes, se sintieron escuchadas, amparadas por las escuelas.
Esta ruptura de la cotidianeidad incluye a maestras y maestros, me refiero en concreto a esto de romper los automatismos y volver a pensar las formas de enseñanza.
737: Las escuelas en provincia han vuelto -con protocolos actualizados y con mucha vacunación, tanto de docentes como de alumnos y de familias- a la presencialidad. ¿Cómo pensás a la escuela recibiendo a estas infancias y estas familias que acaban de atravesar todo esto?
L. S.: El 2021 fue marcando progresivamente ese volver a estar todas y todos juntos en el espacio del aula, en los recreos, algo muy valorado por quien enseña y por los chicos y las chicas. Estamos iniciando el año 2022 con un nuevo encuentro, con mucho aprendizaje sobre nuestros hombros. Aprendizaje que incluye también aspectos dolorosos. En las entrevistas realizadas a directoras y maestras, surge esto de que la pandemia produjo romper el automatismo en cómo venimos haciendo las cosas, y esto significa desnaturalizar. Las educadoras y los educadores te lo dicen: “estoy repensando la forma de encarar aquello que quiero transmitir”.
La pandemia fue implacable, lo hizo como a cachetazos, en cuanto a repensarnos y pensar quiénes son mis alumnos y mis alumnas. Hace poco en una entrevista, una maestra de jardín me dice: “miro distinto ahora ese proceso, quién es esa alumna a quien le vi la casa en el zoom y vi su modo de vida, que yo ya lo sabía, pero me compenetré aún más profundamente”.
No podemos homogenizar esta experiencia, pero para muchas educadoras y educadores ha sido un aprendizaje de quiénes son las personas que recibimos en nuestras aulas.
Lo ha sido también repensar nuestro modo de trabajar dentro de la escuela. Por supuesto hay gestiones directivas que ya vienen trabajando en pos de que como maestrxs nos dispongamos en un trabajo colectivo, en equipo. Lo que se puede percibir y relevar, desde las charlas llevadas adelante, es una mayor expansión, digamos, del trabajo en pareja pedagógica, de profundización del trabajo colectivo. Otro punto que produjo la pandemia de manera paradojal es la posibilidad de comunicarse de manera más regular con un plantel docente. No es que no existía, pero era llevado adelante con mucho esfuerzo por parte de las escuelas; la plataforma permitió el encuentro, la reunión, la reflexión. Y hubo también aprendizajes en cuanto a construir otras modalidades de trabajo como trabajadores de la educación. No se puede idealizar esto porque también la pandemia ha producido muertes cercanas y la propia dolencia, mas las repercusiones en la sociedad. La pandemia trastocó todo, lo económico, lo sexo afectivo, la subjetividad. Volvemos a encontrarnos con aprendizajes y con un cuerpo más cansado. Lxs trabajadores docentes, y las chicas, los chicos y sus familias también. Pero con mucho entusiasmo, mucha alegría de reencontrarse, de ser partícipes de la escuela, de hacerse de todos los lugares de la escuela, de colonizarla. Es muy importante –y ojalá- que podamos disponernos de manera sensible a esa afectividad, esa subjetividad, las emociones y aquello que pueden aún estar viviendo los chicos y las chicas en las casas, a veces silenciado, a veces verbalizado.
737: La pandemia aún no ha concluido y sigue produciendo padecimientos, ¿no?
lo vivido refuta por completo, y esto es algo que venimos trabajando mucho en el ámbito de la antropología, que a la familia de sectores populares no le interesa la educación. La educación es algo valorado, es muy valorado el regreso a la escuela. Es un desafío, como educadoras y educadores, atender al modo en que vamos a llegar a las infancias, a las familias
L.S.: Claramente los padecimientos producidos por la pandemia siguen repercutiendo en nuestras vidas. Y, en ese marco, hay familias que vuelven al ruedo de la escolaridad, aunque no necesariamente se hayan revertido sus condiciones materiales para hacerlo. La desigualdad es de larga data pero las carencias producidas por la pandemia son muy hondas. Como escuela, estamos recibiendo familias, como siempre sucede, diversas, en condiciones muy desiguales y, en mayor o menor medida, habiéndose podido reponer de lo transitado, eventos de ruptura importante, pérdidas, vicisitudes económicas, etc. Pero lo vivido refuta por completo, y esto es algo que venimos trabajando mucho en el ámbito de la antropología, que a la familia de sectores populares no le interesa la educación. La educación es algo valorado, es muy valorado el regreso a la escuela. Es un desafío, como educadoras y educadores, atender al modo en que vamos a llegar a las infancias, a las familias. Sería bueno atendernos mutuamente en un cuidado colectivo, cuidarnos colectivamente en clave sanitaria, pero también en la emocionalidad, en nuestros sentimientos. Es un escenario de importantes desafíos. Hay que entender, ante todo, que vivimos situaciones de importante complejidad. Nuestros cuerpos y nuestra subjetividad también quedaron atravesados por esta complejidad. El desafío en las aperturas en las que estamos ahora, es la capacidad de vernos, de escucharnos y de comprendernos en este proceso en donde nos proponemos de manera ferviente recomponer cuestiones fracturadas.
737: Nos aguarda un nuevo contexto desafiante.
L. S.: Sí. Pero la pandemia nos ha permitido advertir, de manera honda, cómo son los barrios en donde estamos insertos como educadores. En el marco de la diversidad y la desigualdad entre los distintos territorios, no se puede perder de vista la trama organizativa, que en algunos barrios es muy crucial. La pandemia permite advertir cómo se profundizaron las interacciones y el tejido entre escuela, organizaciones sociales y familia. Parte del desafío es ver cómo darle continuidad a esa concatenación. Los chicos y chicas, y sus familias, transitan la escuela y a veces son parte de organizaciones que emergen, que están presentes en los barrios. Muchas formas colectivizadas del cuidado se hicieron lugar en la pandemia, con las ollas populares por ejemplo, el préstamo entre vecinxs de útiles y dispositivos para la escolaridad a distancia, de wifi. Tenemos que pensar cómo dar continuidad o profundizar desde el espacio de la escuela estas redes, que son parte de los barrios y del territorio de las infancias.
Laura Santillán es Antropóloga social. Se desempeña como investigadora dentro del Programa de Antropología y educación (FFyL, UBA) y el CONICET. Dicta clases en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de José C Paz. Entre 1989 y 2002 ejerció como maestra en escuelas del Nivel Primario dependientes de DGEyC, Provincia de Buenos Aires. En relación a sus investigaciones recientes publicó el libro “Quienes educan a los chicos. Infancia, trayectorias educativas y desigualdad”, editorial Biblos (2012).