En los 90, en el marco de las luchas contra las políticas de impunidad que propugnaban “olvido y perdón” de los crímenes cometidos por la última dictadura militar, emergió con fuerza una nueva voz colectiva: la de la generación de hijas e hijos de víctimas del genocidio. Su irrupción en el espacio público, con nuevas prácticas artísticas que conjugan distintos lenguajes y formatos, es reflejada en la Muestra Hijxs. Poéticas de la memoria que se acaba de inaugurar en la Biblioteca Nacional. De su sentido y contenido conversó con Siete3siete, Federico Boido, investigador de la Biblioteca y curador de la Exposición.
Federico Boido: La idea fue abordar un conjunto de producciones estéticas de la generación de los hijos de desaparecidos, exiliados, presos políticos, y también de aquellos que, siendo parte de esa generación en términos más etarios, filian su producción artística, su modo de contar historias, en la estética de esa generación. Desde hace varios años venimos trabajando con algunos fondos de la Biblioteca, el Archivo Oral sobre el Terrorismo de Estado[1] y sobre artistas o escritores contemporáneos. Y empezamos a ver que había un conjunto de obras de esta generación que tenían algo nuevo que decir. Intentamos pensar cómo dar cuenta de la experiencia de esta generación. Originalmente la muestra iba a estar más orientada a la literatura, pero en la transcurso de la investigación nos fuimos dando cuenta que esta generación que nace en los 90 -y que emerge con voz fuerte con la agrupación HIJOS y con todas las producciones artísticas que estuvieron en sintonía con esa agrupación- luego fueron produciendo novelas, poesías, películas y demás que tenían características muy singulares. Una primera es la capacidad de desplazarse por distintos tipo de lenguajes. Algunos escriben y a la vez hacen obras de teatro o son dibujantes, como Ángela Urondo Raboy; o Felix Bruzzone que inicialmente es escritor pero hizo obras performáticas como Campo de Mayo o Cuarto intermedio; o Nicolás Prividera, que hizo la película M pero a la vez un libro de poesías que se llamaba Restos de Restos; o fotopoemarios como el de Guadalupe Gaona que se llamaba Pozo de Aire. Hay un desplazamiento por los lenguajes, como intentando encontrar el dispositivo que les permita contar una experiencia que parecía indecible.
Otra de las características es un permanente comentario entre las obras, un diálogo donde uno empieza a ver indicios de una trama de comunidad. Por ejemplo Felix Bruzzone publica Los topos y el que lo presenta es Nicolás Prividera que escribe un texto que se llama Plan de evasión o Raquel Robles que da un taller de escritura con Marta Dillon. En los colectivos artísticos que se forman hay gente que no es hija de desaparecidos pero que producen en torno a este pasado reciente. Parece algo de muchas capas que se van solidimentando sobre las anteriores. Dialogan con lo que otras obras pudieron decir y eso abre un campo de escucha para poder decir otras cosas. El catálogo que va a salir impreso en unas semanas tiene un anexo de más de diez páginas con detalle de obras, películas, libros, series fotográficas, obras plásticas, etc. Es muy profusa la producción de estos hijos.
La idea fue abordar un conjunto de producciones estéticas de la generación de los hijos de desaparecidos, exiliados, presos políticos, y también de aquellos que, siendo parte de esa generación en términos más etarios, filian su producción artística, su modo de contar historias, en la estética de esa generación
Siete3siete: ¿Cómo organizaron todo ese material en la Muestra?
F. B.: Pensamos en tres ejes. Primero la idea de Territorio, ese primer impulso de los hijos de salir a la calle, de romper el silencio que había impuesto la dictadura. Muchos de los niños exiliados nos decían que en los 80 volvían y no podían decir en la escuela que habían estado en Cuba, por ejemplo. En la película “La Guardería”, Amor Perdía -que es una de las niñas que estuvo exiliada en Cuba- dice “ya no era el poncho peronista, era el poncho salteño; ya no era el himno cantado con letras montoneras, sino que era el himno argentino en una escuela”. La latencia del terrorismo de Estado en algún punto seguía silenciando esas historias, no había todavía una escucha capaz de contenerlas. Sin embargo detectamos que hubo talleres en distintas provincias que militantes de esa primera generación hacían con los hijos; de forma subterránea ya se estaba gestando algo ahí. En los 90, con el surgimiento de HIJOS, esa escucha se hace más social y más potente. Porque estos hijos salen directamente a exponernos a todos, en la cara, que sus padres y madres estaban desaparecidos, que si no había justicia iba a haber escrache, que ellos los iban a seguir buscando y que era contra el olvido y contra el silencio. Ese primer empuje es lo que recuperamos a partir de la idea de territorio. La muestra está pensada no sobre la organización HIJOS sino desde la experiencia artística, estética, de esta generación. Recuperamos la dimensión del escrache a partir de colectivos artísticos que acompañan esas experiencias, como el grupo Arte Callejero. Incluso traían otra cosa, como una carnavalización de la manifestación, una cosa satírica, alegre. Cuando lo charlábamos con los artistas nos decían que fue como una eclosión, por primera vez podían hablar con gente y decir “no soy un extraterrestre, hay alguien al que le pasó algo similar y al otro y al otro…” Esa comunidad permitía que aparezca el humor -el humor súper negro que tienen- y a la vez empezar a marcar la ciudad, a sacar de lo privado, de lo que había sido el arrasamiento de los hogares con el terrorismo de Estado y ponerlo en la calle. Por ejemplo la Señalética del GAC recuperaba las señales de tránsito y hacían un deslazamiento de la mirada para intentar pensar otra ciudad, otra trama urbana que exhibe sus cicatrices, que no las oculta, que las pone delante de la cara de todos. Después cada uno y la sociedad en su conjunto harán lo que puedan hacer con eso. Otro ejemplo es el colectivo ETC que acompañaba los escraches con un clown que era un militar y otro clown que era un cura. Les hablaban a los policías como si fuesen pares, trastocando todo, rompiendo incluso la división entre el enemigo y los hijos. Nosotros, en el trabajo de investigación de la muestra pudimos consultar el archivo de la Dirección de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires -que ahora es parte de la Comisión de la Memoria- y vimos que en el 96, 97 empezaron a armar legajos de la organización HIJOS y tenían un seguimiento muy pormenorizado de lo que hacían.
En la Muestra colocamos esas piezas en serie para pensar los puntos de vista sobre los cuales estaba emergiendo la voz de los hijos. Porque no solo era un salir ello a lo público, sino que la policía, el bajo fondo del Estado, los estaba mirando; el Estado –que tiene un poder clasificatorio como casi ninguna otra institución- también los estaba constituyendo. La idea de territorio incorpora también, para pensarlo como en una larga serie, algunas obras como la serie fotográfica ESMA, de Inés Ulanovsky o un fragmento de la novela Campo de mayo de Félix Bruzzone, que surgieron en los últimos 8, 10 años y que toman la recuperación de los centros clandestinos como lugares de la memoria.
Siete3siete: Vimos que hay otra sala que se llama Archivos.
F. B.: Lo que queremos dar cuenta ahí es cómo aparece la cuestión de los archivos personales, familiares. Ángela Urondo Raboy decía “a mi álbum le faltaban algunas fotos y pensé naturalmente que era así”. Alguna imagen había, como un resto de algo. Nicolás Prividera escribe el poemario Restos de restos. Bueno, esta generación hace algo con esos restos, los pone en otros circuitos, recuperan una imagen de archivo de la familia, la proyectan y se ponen ellos y se sacan una foto, generando otro tiempo, donde el padre y el hijo están juntos, y a la vez denuncian una ausencia. O Guadalupe Gaona, que recupera fotografías del sur, de su familia y ella vuelve allí a sacar imágenes en los mismos lugares, o el libro Aparecida de Marta Dillon, que cuenta que cuando le restituyen huesos de su madre hay también algún fragmento de ropa, que es con lo que los antropólogos forenses lograron reconstruir algo sobre esa historia. Andrea Suarez Corica, que es una poeta y artista visual tiene un libro, muy pionero, que se llama Atravesando la noche. Ese libro es como si fuese un archivo de sus sueños; ella escribió los sueños desde que era chica y los fue guardando. También guardaba cualquier objeto de su madre. Cuando fuimos a La Plata con otros investigadores a ver una muestra de ella que se llama El abrazo de los objetos, estaban colocados en una sala todos los objetos que había guardado de su madre: un boleto, un buzo, cinco fotos, el contrato de locación del departamento donde vivían, una noticia mínima donde ella actuaba, una escena de una película donde ella actuaba,… Cuando charlábamos, me decía algo así como “no puedo entender de otra forma ese gesto de guardar cosas mínimas sino como un gesto de micro resistencia frente al Estado que iba a tu casa, secuestraba a tu madre, se llevaba todo”. El Estado intentando borrar la historia de esas personas y los hijos intentando guardar cualquier pequeña cosa que dé cuenta que allí hubo una vida que no solo es víctima de la desaparición, sino que esa persona era militante, era una persona deseante. Esa sala de la muestra tiene unas siete u ocho series fotográficas, diez libros, fragmentos de películas… Pusimos todos los soportes juntos, porque creemos que hay ahí una pregunta sobre qué hacer con los restos, qué nos traen, cómo lo ponemos a dialogar con el presente.
La muestra tiene tres podcast: uno sobre exilio, uno sobre infancias y uno sobre archivos. Como si fuese en ese mismo gesto construir un archivo oral para la Biblioteca Nacional de estos autores sobre este tema. Se movilizó a muchísima gente, en la muestra participan entre cuarenta y cincuenta artistas, escritores, escritoras, fotógrafos, realizadores diversos
Siete3siete: ¿Y el tercer eje?
F.B.: Lo llamamos Las infancias. Leyendo buena parte del cuerpo de obras de esta generación, detectamos que había un procedimiento que era construir las novelas a partir de la voz de una niña o niño, como otra mirada sobre lo que estaba sucediendo. Como ejemplos: La casa de los conejos de Laura Alcoba, Pequeños combatientes de Raquel Robles, Una muchacha muy bella de Julián López, Quien te creés que sos de Ángela Urondo, La guardería de Virginia Croatto; incluso María Giuffra, que tiene una serie de cuadros que se llama Los niños del proceso. Distintas representaciones de lo que fueron esas infancias e incluso esos relatos construyen infancias distintas. En esta sala también hicimos foco en una experiencia que en el proceso de investigación detectamos como singular, que es la experiencia del exilio. Había ahí algo distinto a otras experiencias. No solo eran infancias clandestinas, porque aún estando en otro país tampoco existía la libertad de decir “mi padre está desaparecido”. Había algo ahí que oscilaba entre el silencio, la clandestinidad, cierto desarraigo de los padres, pero a la vez muchos de estos hijos no habían nacido en la Argentina. Para ellos la Argentina era como un imaginario que luego cuando llegaron, empezó a desvanecerse. Quisimos recuperar algo de esta experiencia puntual, incluso para volver a pensar la nacionalidad, la lengua.
Y para todas las salas, le pedimos a cada autor o autora de los libros expuestos que lean un fragmento y que eso forme parte de la muestra. La muestra tiene tres podcast: uno sobre exilio, uno sobre infancias y uno sobre archivos. Como si fuese en ese mismo gesto construir un archivo oral para la Biblioteca Nacional de estos autores sobre este tema. Se movilizó a muchísima gente, en la muestra participan entre cuarenta y cincuenta artistas, escritores, escritoras, fotógrafos, realizadores diversos. Obviamente la producción es muchísimo mayor, fue una selección por una cuestión de espacio, pero la idea es dar cuenta de estas aristas que hacen a la producción de esta generación.
Siete3siete: ¿Cómo son los horarios y hasta cuándo se la puede visitar?
F. B.: La Muestra va a estar hasta el 31 de marzo 2022. Por ahora, las visitas, por una cuestión de protocolo, son de lunes a viernes de 10 a 16. En el transcurso de los próximos meses imagino que se van a ir extendiendo los horarios. Además, la idea es que en el transcurso de estos meses organizar ciclos de cine, de poesía, obras de teatro, conversatorios, etc. sobre estos temas. El espíritu de esta muestra, lo que quisimos hacer desde el equipo de investigación, es que sea una apertura de la Biblioteca hacia estas narrativas y no una clausura sobre el tema. Que abra a la posibilidad de dar todos los debates necesarios sobre las políticas de la memoria y sobre la política en general.
Federico Boido, es profesor de Historia recibido en la Universidad de
Buenos Aires (UBA) y maestrando en la Universidad de La Plata. Trabaja como Investigador en la Dirección de Investigaciones de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Curador de la exposición Hijxs. Poéticas de la memoria.
Candela Perichon, Santiago Allende, Lucía Cytryn y Tomás Schuliaquer conforman el equipo de investigación que armó la muestra.
[1] https://www.bn.gov.ar/biblioteca/centros/ddhh