Gustavo Galli y Florencia Sierra analizan, para desarmarlas, las claves con las que el neoliberalismo se sustenta. Plantean que las aulas sean el lugar del pasaje del “derecho al privilegio” al derecho como “justicia social” . Y hablan de escuelas que conformen las bases para una sociedad más justa, equitativa e igualitaria.
Asistimos a tiempos signados por una profunda crisis de solidaridad (Dubet, 2011, 2015). La pandemia que tanto daño ha provocado, ha expuesto de modo brutal una mirada sobre el mundo y sobre lo social centrada en el individuo que, si bien no es nueva, se vuelve obscena al despreciar la vida. Es urgente entonces reconocer las tramas que construyen las subjetividades neoliberales, descifrar sus producciones de sentidos para pensar formas de educar en la solidaridad, en la justicia social, en el buen vivir.
No pretendemos en este texto, analizar los efectos sociales de la pandemia, tampoco podríamos hacerlo aquí. Sí abocarnos a pensar los tiempos presentes para buscar comprender cómo se construyen esas subjetividades neoliberales y de qué modo afectan el vivir con otrxs. Es en ese marco que nos animamos a invitar a pensar qué educación para qué sociedad.
El neoliberalismo no es sólo un modelo económico, ni tampoco una mera ideología. Es más bien una conducta de las conductas (W. Brown, 2016), es un modo de comprender la vida y de hacer en ella. Lejos de ser una teorización abstracta, el neoliberalismo es un modelo de vida profundamente práctico que se expresa en muchas dimensiones: vincular, afectiva, espiritual, económica, social, cultural, entre otras. Es así como ingresa a nuestros cuerpos, mentes y corazones y se capilariza buscando colonizar cada rincón de nuestro ser. Lo hace de un modo tan inteligente que puede resultar casi imperceptible. Sólo podemos advertirlo si nos los proponemos, si lo hacemos consciente, en fin, si buscamos de forma permanente su desnaturalización.
Como bien decía Gramsci, todos tenemos “un núcleo de buen sentido”, ese lugar que debemos conmover para deconstruir lo que de forma inconsciente incorporamos a partir de la realidad sociocultural de la que formamos parte. Hoy el neoliberalismo es quien se apoderó del sentido común y la escuela puede (y tiene) que proponerse como el lugar de su deconstrucción. Las pedagogías críticas y populares nos invitan a que la escuela asuma esa tarea para la emancipación de los sujetos y sobre todo de los grupos subalternos.
Quisiéramos entonces, en estas páginas, aportar algunos elementos que colaboren con la comprensión de nuestro presente para pensar la educación de este tiempo y del porvenir.
Las subjetividades neoliberales y las derechas
La escuela es un espacio social privilegiado para la construcción de subjetividades tanto singulares como colectivas. Sin dudas eso implica una responsabilidad ética y política por parte de quienes trabajamos en ella. Pero claro está, esa lectura acerca de la potencia de la escuela como espacio subjetivante supone la comprensión histórica, social, económica y cultural de los modelos de país que se intentan desarrollar. A su vez, éstos últimos no pueden pensarse sin considerar los procesos transnacionales, lo que conlleva a estar atentxs a lo que sucede más allá de nuestras fronteras. En el presente globalizado, cada vez es más necesario intentar entender lo que va sucediendo en el mundo -sobre todo en aquellos países que dominan la escena mundial- para arribar a ciertas conclusiones respecto de lo que se instala como “novedad” por estos lados.
La profundidad de una experiencia escolar emancipadora y colectiva se traduce en un antídoto eficaz contra las políticas de la desigualdad, el autoritarismo y la demonización del Otro. Necesitamos de forma urgente asumir la responsabilidad de recuperar la idea de solidaridad como categoría política indispensable para el buen vivir. Es una tarea central de la escuela.
Casi como un juego de muñecas rusas, necesitamos observar críticamente lo que tenemos frente nuestro, abrirlo y ver que hay dentro, para, una vez allí, volver a abrir y así continuar. Si una cualidad tiene el neoliberalismo, es su capacidad de deslumbrar con la apariencia para esconder en las profundidades el contenido. Así es como, por otra parte, funciona la construcción del sentido común: impactar, seducir, gustar, sensibilizar. Importa la forma, no el contenido de fondo. Es tan así que sabemos que lo que cuenta es aquello que se dice más allá de su lejanía con la verdad. La famosa “posverdad” de las elecciones 2015.
Hemos visto en los últimos tiempos cómo las derechas en el mundo van ganando espacios de poder político: Bolsonaro en Brasil, Trump en EE.UU., Lasso en Ecuador, Díaz Ayusso en Madrid y podríamos seguir. Lo que queremos destacar en este artículo es la vigencia y la fuerza que va tomando la tendencia hacia la derecha en cierto sector de la sociedad y nos equivocaríamos mucho si lo comprendemos sólo como disputas políticas electorales. Estas propuestas buscan la consolidación de un modelo político, social y cultural como parte de un método profundamente cuidado, estudiado, diseñado y ejecutado. Cuando hablamos de las derechas no lo circunscribimos a la institucionalidad de uno o varios partidos políticos, eso son meras herramientas para la contienda electoral, nos referimos al poder fáctico: el mercado financiero, los capitales transnacionales, los dueños de la energía, los grandes grupos propietarios de medios de comunicación, las plataformas digitales, etc.
Como sostiene Diego Sztulwark (2020), “…cuando hablamos de neoliberalismo, nos referimos a una forma de capitalismo particularmente totalitario, en el sentido de que su interés está puesto en los detalles mismos de los modos de vivir. Lo neoliberal no designa, según esta definición, un poder meramente exterior, sino la voluntad de organizar la intimidad de los afectos y de gobernar las estrategias existenciales. Llamamos neoliberalismo, entonces al devenir micropolítico del capitalismo, a sus maneras de hacer vivir. (pág: 61)” Quizás en esta definición de Sztulwark reside parte de lo que proponemos trabajar en este artículo:l a escuela tiene mucho para decir y hacer en torno a las “maneras de hacer vivir”.
Asistimos a debates por momentos inverosímiles respecto de los movimientos antivacunas, de las teorías conspirativas, del cercenamiento de las libertades individuales, etc. Si salimos de los primeros sentimientos que nos generan estos debates y abrimos la muñeca rusa, vamos a encontrar un modelo que sitúa al individuo y su satisfacción en el centro de la escena, un neoconservadurismo que se cimienta en un discurso moral que desplaza lo político y busca permanente la desdemocratización de las sociedades, en la discriminación de clase y de género (la supremacía blanca en EEUU por ejemplo, las “negras que se embarazan por el plan” en Argentina), en la construcción del otro como amenaza, a partir del miedo como forma de disciplinamiento social, en el hedonismo exacerbado: “Dios, patria, familia y libre empresa es un mantra conservador conocido” (W. Brown 2020, pág.109)
Tomando en consideración este contexto, la escuela -como espacio subjetivante- tiene que poder plantearse estrategias de develamiento de esta realidad, del desarme de las muñecas rusas. Todxs estamos atravesados, por las múltiples formas en que el neoliberalismo nos coloniza, nos conduce, nos modela. Lxs educadorxs también. Ni la televisión, ni las redes sociales, ni la publicidad, ni las plataformas digitales, ni el tan mentado “mercado” de trabajo, van a develar lo que la derecha quiere ocultar en su centro más íntimo.
La escuela es uno de los muy pocos espacios que nos quedan para disputarle sentidos y formas de vida a las derechas. Entre otras cosas, porque en la escuela “se vive”, se aprende mucho más de la experiencia escolar, que de las cosas que decimos lxs docentes. La escuela deja “marcas” en lxs sujetxs, en el presente inmediato, pero también en tiempos inciertos para nosotrxs, mañana, pasado, en 10 años, en 25 años. La profundidad de una experiencia escolar emancipadora y colectiva se traduce en un antídoto eficaz contra las políticas de la desigualdad, el autoritarismo y la demonización del Otro. Necesitamos de forma urgente asumir la responsabilidad de recuperar la idea de solidaridad como categoría política indispensable para el buen vivir. Es una tarea central de la escuela.
La escuela entre las libertades individuales, la moral y la igualdad
Un tema que aparece de manera recurrente como bandera de lucha de las nuevas derechas es el de la libertad: poder hacer lo que yo quiera sin ningún tipo de restricción. El resguardo de la libertad individual ha sido motor de reclamos que no conocen demasiado de fronteras. Gritos enardecidos de características muy similares se presentan en las calles de distintas ciudades del mundo. También en nuestro país. Líderes que congregan multitudes empatizando con la bronca y el rencor ante cualquier referencia de vida comunitaria o responsabilidad colectiva. En las últimas décadas, pero especialmente en este tiempo que nos ha tocado atravesar la pandemia de la Covid 19, escuchamos el hartazgo de quienes sin ningún estupor reclaman no querer “cargar” con el sufrimiento de lxs otrxs. La otra cara del “nadie me va a venir a decir a mí, qué puedo y no puedo hacer” presenta un desprecio a cualquier sesgo de compromiso cuestionando: “y yo qué tengo que ver”. La libertad, arrancada de lo social, exige ser ilimitada y ejercida legítimamente sin preocupación por lxs otrxs.
Surge un rechazo visceral a cualquier planteamiento de un Estado-Nación que, paradójicamente según el neoliberalismo, debería ocupar su esfuerzo en garantizar la seguridad de sus ciudadanxs y -especialmente- sus posesiones, protegiéndolxs de la amenaza que significan todxs lxs demás. “La sociedad no existe”, somos sólo apenas un conjunto de individualidades que piensa de manera similar. Lo que importa es el bienestar propio y de los míos, y la ausencia de cualquier obstáculo que pueda impedir el tan ansiado placer que ofrece el consumo. Para ello, a no confundirse, se necesita un Estado fuerte, un poder incluso autoritario y hasta quizás militarizado, pero que se restrinja a garantizar que nadie interfiera en el desarrollo individualizado del otrx. Aunque en verdad, que nadie interfiera en el mío.
En este contexto, la escuela continúa ocupando un rol fundamental en nuestra vida cotidiana. ¿Pero qué se espera de ella cuando se busca constituir una sociedad libre con tono neoliberal? Resulta desconcertante el pronunciamiento de discursos que defienden por un lado la libertad como ausencia de cualquier tipo de restricción, y por otro, preceptos morales de carácter ultra conservador que remiten a sociedades de corte tradicionalista. El estandarte “Con mis hijos no te metas” difundido por grupos reaccionarios para impedir el derecho de niños, niñas y adolescentes a recibir Educación Sexual Integral en las escuelas reúne justamente ambos postulados, dando lugar a la conjunción de dos elementos que -en primera instancia- parecerían incongruentes entre sí. Para comprender mejor este asunto, puede ayudarnos explicitar lo que no siempre es tan visible respecto de la propuesta neoliberal: la tradición y la moral establecen el orden y las reglas del juego que se suponen compartidas por aquel “mero conjunto de individuos”. Según los autores que teorizan la cultura neoliberal, las tradiciones evolucionadas, aquellas que se han impuesto en el transcurso de la historia -como el catolicismo occidental- son el producto del desarrollo espontáneo evolucionista, tal como sucede con el mercado. “No te metas”, por lo tanto, no quiere decir, “brindale sólo herramientas para que elija lo que quiera libremente”. Se refiere más bien al rechazo de que se ofrezcan formas de pensar alternativas, más abiertas, reflexivas, críticas, que puedan interrumpir el orden establecido hasta el momento. De forma más o menos perceptible, se busca hacer creer que el estado de situación presente -que a algunxs nos escandaliza – es el producto de un devenir espontáneo que tiende siempre hacia lo mejor.
De esta manera, el sentido común neoliberal invisibiliza la fuerza restrictiva de la moral oponiendo esta última a la política y la planificación. Por ello, se torna compatible la defensa de una libertad individual ilimitada junto con los postulados históricos más conservadores de la tradición occidental. El argumento está en que, como el mercado produce orden y desarrollo de manera natural, cualquier cuestionamiento al mismo estaría pretendiendo oponerse a la experiencia de muchas generaciones, que por ello, nos garantizarían lo que es mejor.
Todas las personas que vivimos inmersxs en este sistema, corremos el riesgo de olvidar que, nuestros hábitos y costumbres, nuestras formas de vida, son -en gran medida- producto de decisiones políticas, de imposiciones, de negociaciones, de procesos históricos atravesados por las luchas de poder. Las desigualdades e injusticias del presente, los padecimientos de las minorías excluidas no suceden de manera no-intencional, y al mismo tiempo, las facilidades, las oportunidades de las que se benefician algunxs, tampoco son producto de la combinación de la genética, el esfuerzo y el azar.
Es posible entender por qué, la búsqueda de conformar desde la escuela las bases para una sociedad más justa, equitativa e igualitaria, se convierte en un problema pero en particular una amenaza. No se espera que la escuela transforme aquello que no debe ser transformado y mucho menos que cuestione los valores tradicionales que han permitido justificar sociedades jerarquizadas, desiguales, excluyentes.
Es posible entender por qué, la búsqueda de conformar desde la escuela las bases para una sociedad más justa, equitativa e igualitaria, se convierte en un problema pero en particular una amenaza. No se espera que la escuela transforme aquello que no debe ser transformado y mucho menos que cuestione los valores tradicionales que han permitido justificar sociedades jerarquizadas, desiguales, excluyentes. Bajo esta perspectiva, la escuela debe limitarse a permitir el espontáneo devenir y descartar la intención de consolidarse como un tiempo-espacio en el que torcer los destinos preestablecidos de una sociedad injusta.
Pero la vida compartida, comunitaria, no es un simple juego como quisieran hacernos creer. No se reduce a un conjunto de reglas universales y un tablero que nos ofrece un mismo punto de inicio para que cada unx intente, de manera individual, su mejor partida. Pensar de esa manera es una opción política de algunxs pocxs que se presentan como la visión racional y evidente en un mundo que por momentos se resigna y acostumbra ante la muerte de tantxs, como si éstas pudieran ser “daños colaterales del sistema”. Algo inevitable.
Sin embargo, como afirma Máximo Recalcatti (2020): “La libertad individual es una abstracción que ha dominado occidente y nuestro tiempo, que comete el error básico de disociar la libertad de la solidaridad”. Teniendo en cuenta lo vivido con la pandemia de la COVID-19, lo evidente es la destrucción que genera la idea narcisista de la libertad como vivencia sin impedimentos, sin obstáculos, sin consideración de lxs otrxs. “El Covid nos enseña que la libertad es solidaridad o es una abstracción, una locura narcisista” (MR). Para quienes consideramos que muchos aspectos de un mundo excluyente y desigual deben ser modificados de manera urgente, la escuela trae la oportunidad de ofrecer una alternativa: una noción de libertad diferente a la idea de hacer lo que se me da la gana. Una noción de libertad que siempre es colectiva, que conduce a la emancipación y que por ello implica necesariamente la categoría política de la solidaridad.
La escuela, lo político y la neutralidad cómplice
El modelo político cultural del neoliberalismo hace política desde la no política. Se encarga en forma permanente de demonizar la política, desplazarla y eliminarla del lenguaje. Las derechas se asumen en el lugar de la neutralidad, sus enunciados pretenden ser asépticos, impolutos, y repelen cualquier sesgo semántico que puede ser interpretado como ideológico. Afirmaciones siempre cargadas de “positividad” (Sí, se puede!) que buscan eliminar el conflicto en el lenguaje creyendo que de ese modo se elimina de la vida social.
La política es por definición toma de posición, contrastes de intereses, incluye al conflicto y se propone analizarlo y resolverlo desde una perspectiva colectiva y común. Quizás una de las cuestiones más profundamente instaladas en el imaginario social es que los postulados de las derechas no son, de hecho, de las derechas y se presentan como lo neutral, lo objetivo, lo más cercano al “sentido común” de “los vecinos” o de la “gente”. La política demonizada y suprimida es el triunfo del modelo neoliberal que en verdad pretende la desdemocratización de la sociedad. En gobiernos totalitarios el conflicto se elimina, no hay lugar para el disenso, no hay espacio para la confrontación de intereses y para las formas diversas de pensar el mundo. Una democracia siempre supone el conflicto social.
Cabe recordar el programa llevado adelante por el gobierno de Bolsonaro “Escuelas sin partido” que pretende negar la influencia del maestro Paulo Freire en la educación brasileña a partir de la prohibición y de la censura. Dentro de nuestras fronteras tenemos el lamentable ejemplo (entre muchos otros) de la persecución policial (sí, la policía en las aulas) durante el gobierno de Macri frente a trabajos de reflexión por la desaparición de Santiago Maldonado. Los procesos de desdemocratización se dan de manera sutil -como decíamos en el párrafo anterior- cuando se construye el sentido común que nunca llama “derecha” a las derechas, o que demoniza y estigmatiza a las izquierdas, pero también de manera más abierta con la censura, la represión o las diferentes formas de disciplinamiento frente a las reivindicaciones de los derechos de lxs trabajadorxs de la educación.
Volviendo al ejemplo inicial de las muñecas rusas, es tarea de la escuela abrir la muñeca que se llama “política en la escuela” y analizar que lleva dentro. La “escuela militante” o “el adoctrinamiento en la escuela” no es otra cosa que el caballo de troya que busca la instalación de prácticas autoritarias y antidemocráticas como “lo neutral”. Buscan convertir a la educación en un conjunto de procedimientos y herramientas técnicas que eliminan la posibilidad de problematizar y de pensar.
Por último, encontramos en la despolitización y desdemocratización de la sociedad nuevamente la ruptura del lazo social. Al revés de lxs que muchxs plantean que la política divide y aleja, la política es la posibilidad concreta de pensar en un nosotrxs. No hay construcción de lo colectivo y lo común sin política, porque la construcción del lazo social supone la búsqueda incesante y apasionada de la justicia social, de la igualdad que incomoda los privilegios. Como tan bien sostiene Wendy Brown “Lo político es un teatro de deliberaciones, acciones y valores donde la existencia común es pensada, formada y gobernada.” (2020,pág.72)
La escuela entre el derecho a la educación y el derecho al privilegio
Los movimientos sociales y las organizaciones de trabajadorxs de la educación en América Latina, sostuvieron durante décadas de neoliberalismo explícito la necesidad de reconocer a la educación como un derecho de los pueblos. Por su parte, distintos procesos de mercantilización y privatización de la educación la fueron definiendo como un servicio que se presta, como una relación que supone una transacción de toma y daca.
En la Argentina el reconocimiento de la educación como derecho llega en 2006 luego de un amplio debate de la Ley de Educación Nacional 26.206. Junto con la promulgación de la ley, comienzan a desplegarse un conjunto de políticas sociales y socioeducativas que acompañaron ese hecho histórico. La educación como derecho se tiene que vivir en cada escuela, en cada pibe y piba; y para eso había -hay- que desandar años de tradición meritocrática en el sistema educativo. En aquel momento proliferaron las discusiones con “expertos”, los zócalos televisivos de la “tragedia educativa”, la preocupación por el derrumbe de la calidad, los titulares de los diarios y portales compartiendo los resultados de las pruebas PISA que no hacían otra cosa que confirmar que, para el neoliberalismo, pocas cosas son más incómodas que la igualdad.
Necesitamos que las aulas sean el lugar del pasaje del “derecho al privilegio” al derecho como “justicia social”. El antídoto contra la desigualdad es la solidaridad cimentada en la ampliación de derechos. Hay lugar para todxs en la escuela, porque la escuela es de todxs.
En un sistema basado en la competencia como es el capitalismo, las jerarquías sociales son una consecuencia buscada y fundamentada casi exclusivamente en el mérito. Dubet (2011, 2015) mostró de forma muy clara por qué preferimos la desigualdad en un sistema que busca que compitamos para acceder a un puesto de trabajo, para avanzar en la escala social, para mejorar al menos algo nuestra calidad de vida y la de nuestras familias. Ese “preferir” no es deseado en todos los casos, es una forma de sobrevivir y vivir en medio de las reglas del juego del sistema, de trabajar en una escuela determinada, acceder a un cargo, titularizar, etc. Hay elecciones cotidianas, decisiones frecuentes que tomamos, buscando desigualarnos de otrxs, aún aquellxs que perseguimos el sueño de un mundo más igualitario, más justo. Imaginemos entonces, lo que sucede en aquellas personas que creen deliberadamente que lo justo es un mundo desigual basado en el mérito y el esfuerzo individual. Quienes creen que cada quien tiene lo que merece y que con esfuerzo (individualizado) todo se puede. O más aún, imaginemos la rabia que habita en aquellxs que creyendo que se trataba de una competencia entre iguales, experimentan la insatisfacción permanente conformando una geografía de perdedores. Lejos de ser apenas los efectos colaterales de un sistema predominantemente expulsivo, se trata de los efectos mayoritarios del neoliberalismo: “Son los obreros precarizados y las “clases medias” devaluadas en sus méritos tradicionales; son los asalariados sin empleo y los pequeños empresarios asfixiados por productos más baratos” (García Linera, 2020). Este enojo pocas veces se direcciona en el sentido correcto y por el contrario se canaliza justamente como odio a todxs lxs otrxs que seguramente fueron el impedimento para el progreso individual.
Lo que hace la ampliación de derechos es igualar los puntos de partida, es suponernos iguales en tanto un derecho es tal para todxs. Frente a un derecho no hay más mérito respecto de otrx para ser titular del mismo. Cuanto más nos igualan los derechos más se amenaza el lugar propio en esta lógica competitiva, es decir más se interpelan los privilegios. Se altera de forma insoportable el esquema de ganadorxs y perdedorxs que es una de las bases del capitalismo. Si lxs históricamente perdedorxs adquieren los mismos derechos que los ganadorxs, entonces lo que se derrumba es el privilegio. La ampliación de derechos tiene dos efectos, igualar a lxs derrotadxs de siempre al mismo tiempo que elimina los privilegios. Esto último es quizás lo doloroso para una parte importante de la sociedad, no sólo para las derechas que rechazan cualquier posibilidad de igualdad, sino también para quienes ven su lugar en el mundo amenazado. No es sólo cuestión de clase, pensemos en las xenofobias y racismos, en los feminismos y su lucha por la igualdad, en las disidencias sexuales, en el reconocimiento del trabajo no pago o en las jubilaciones de las amas de casa. La idea del “derecho al privilegio” nos sitúa en la esfera de lo privado y de lo individual en el momento que lo personal desconoce lo público y que el pseudo mérito ocupa el lugar de “lo justo” desplazando a la idea de la “justicia social”, esto se comprende mejor en el desprecio del neoliberalismo al Estado Social y su entronización del mercado que se autorregula.
Y es aquí entonces donde vuelve a aparecer lo moral como categoría disciplinadora del orden social, desde el momento en que el neoliberalismo desconoce a los privilegios como una construcción histórica, buscando la conservación de la propiedad privada y las jerarquías de todo tipo, especialmente la de género. Nuevamente la necesidad del neoliberalismo de sostenerse en una moral que disciplina y construye el orden social.
os queda entonces un desafío muy interesante por delante, la imperiosa necesidad de hacer de las aulas espacios de igualdad, de una “verificación de la igualdad” (Ranciere 2007) pero también de una profunda reflexión acerca de la vida en común, de la construcción de lo común y de la democratización de los vínculos. Necesitamos que las aulas sean el lugar del pasaje del “derecho al privilegio” al derecho como “justicia social”. El antídoto contra la desigualdad es la solidaridad cimentada en la ampliación de derechos. Hay lugar para todxs en la escuela, porque la escuela es de todxs.
Pedagogías críticas y populares para la emancipación y la solidaridad
Frente a esta realidad cruda y deshumanizante a la que nos condujo el capitalismo profundizado desde la apuesta neoliberal, la escuela se presenta como una oportunidad para caminar hacia el mundo más justo que soñamos. Diariamente asisten a los establecimientos educativos “quienes vienen llegando”. Es un deber ético ofrecerles la posibilidad de transformar el presente y construir alternativas a una sociedad excluyente que pretende reducir la vida al consumo, instalando la cultura del individualismo, de la indiferencia ante el sufrimiento del otrx, del descarte de la vida en sus diversas manifestaciones. Asumir la posición que este mundo puede y debe ser diferente, nos conduce a revisar nuestras prácticas pedagógicas con el compromiso que implica tener en nuestras manos uno de los espacios de lucha existentes en el presente.
Toda propuesta educativa implica un posicionamiento político, un proyecto de mundo. Las pedagogías críticas y populares nos recuerdan la centralidad de ser conscientes de este aspecto de nuestra tarea docente. Contrarias a todo tipo de educación instrumental, bancaria y conservadora, nos convocan a consolidar propuestas emancipatorias que visibilizan la presencia histórica que implica la vida humana. Esto conlleva denunciar cualquier pretensión de sostener un devenir natural o espontáneo del curso de cosas, que desestima que existe un poder social que genera jerarquías, exclusión y violencia. Debemos estar muy atentos y ser contundentes al rechazar la búsqueda de convertir en un sinsentido cualquier reclamo al respecto, ubicando a los planteos de igualdad e inclusión como un intento de tiranía (W. Brown, 2020). En verdad la tiranía es ejercida por quienes, a fuerza de una voz supuestamente autorizada por “estudios”, “diagnósticos” y “datos” -cuyos parámetros nunca han sido abiertos y puestos en discusión- imponen un autoritarismo tecnocrático e instalan la idea de que no hay alternativa. “Lo real es tanto lo racional como lo moral” (W. Brown, 2020, pág. 191).
En este contexto, la escuela, desde la propuestas de las pedagogías críticas y populares, se vuelve un espacio privilegiado para desnaturalizar este sentido común que pretende imponer la desigualdad como algo natural. De esta manera, la educación se vuelve denuncia: esto no es lo mejor, no es producto del desarrollo y el progreso y tampoco es lo único posible. No hay lugar a la resignación. El mundo siempre puede ser diferente, y en especial, debe convertirse en un lugar más justo, más vivible, más humano. La escuela tiene que encargarse de problematizar y cuestionar, instalando preguntas que deconstruyan los imaginarios propios del capitalismo neoliberal. Necesitamos, de forma urgente y a cada momento, desnaturalizar las relaciones de dominación para visibilizar las causas profundas de la pobreza y la injusticia. De esta manera, el conocimiento nos tiene que conducir a una comprensión del mundo que habitamos para poder intervenir en él. Para ello, es necesario vincularlo con nuestra práctica, poniendo en el centro de la discusión y el pensar con otrxs, en el centro de las aulas, la vida común, nuestra vida cotidiana. Se trata de “partir de la realidad” en sus dos acepciones. Por un lado, la de comenzar por lo que nos pasa, por lo que nos sucede, por otro, la de partida como búsqueda, como “lugar” en el que no nos quedamos. Además de la reflexión crítica, debemos asumir al mismo tiempo, la tarea de construir nuevos horizontes.
El impedimento del diálogo o el vaciamiento de poder de la palabra, es otra de las formas deshumanizantes del neoliberalismo. Sin embargo, en la escuela encontramos la posibilidad de garantizar, consolidar y aumentar las experiencias concretas de participación, de conversación, de toma de la palabra. Disputar el sentido común y pensar el presente para construir otros posibles es una tarea imperiosamente colectiva, que se hace con estudiantes, colegas, familias, vecinxs, organizaciones barriales, con la comunidad en general. La propuesta de Freire nos recuerda la importancia de generar espacios donde se desplieguen encuentros horizontales que impliquen el desafío del reconocimiento de la alteridad. Espacios en los que experimentemos otras formas de vincularnos, donde la diferencia no signifique prioridad o exclusión. A su vez es fundamental que éstos sean espacios en los que se tomen decisiones. Donde se pongan en juego las tensiones, los conflictos, los acuerdos y las tareas y responsabilidades de la vida compartida. La escuela, hoy es resguardo de la experiencia de lo comunitario, la posibilidad de comprometerse con aquello que es de todxs, que nos convoca fuera de nuestro círculo privado. La escuela puede ser no sólo el lugar en el que cuestionar y soñar otros mundos, sino en el que construir una sociedad en la que se asuma la solidaridad como categoría política y se impulsen las acciones para la organización comunitaria.
Por último, todo esto no debe desconocer la dimensión del conocimiento como disfrute, como fiesta, como goce. La escuela como lugar de encuentro debe ser el lugar de celebración. Que el conocer siga siendo denuncia pero también anuncio. Necesitamos una educación que nos permita movernos, conmovernos y proponer. No quedarnos en el espacio de la enunciación sino que conducirnos al espacio de la acción. Se lo debemos a los pibes y las pibas que vienen llegando y que tienen el derecho a un buen vivir.
Bibliografía
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Recalcati Máximo (2020), Conferencia “Lecciones del Covid 19”, Ancona, Italia. ¿Quali cose non possiamo dimenticare. Le lezioni del covid 19? Conferencia pronunciada en el Programa KUM 20. La cura. Ancona (Italia) 18 de octubre del 2020. Consultada el 20 de octubre del 2020 en http://www.kumfestival.it/kum2020/?fbclid=IwAR0CnqhpCL-rnqeoJysc5jQ0bGbXi45XvMGxH31X9Izl_-IS_GWhlEj6rbY
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Sztulwark Diego (2020), La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso político, CABA, Caja Negra.
Gustavo Galli integra el equipo de la Secretaría de Cultura y Educación del SUTEBA. Es docente e investigador de la UNaHur y docente de la UNRN. Ha sido profesor y director de escuelas secundarias y de institutos de formación docente.
Florencia Sierra integra el equipo del Departamento Pedagógico de la UMET. Es docente en la Facultad de Filosofía y Letras y Docente en el ISFD Dora Acosta. Es integrante del Equipo coordinador del Encuentro de Jóvenes en Filo (UBA). Se dedica a investigar temáticas vinculadas a la filosofía, las infancias, las juventudes y la educación.