¿DÓNDE ESTÁ LA ESCUELA HOY?

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Si en un primer momento era imprescindible re-anudar el vínculo y el lazo educativo, en este momento de certidumbres en crisis es necesario seguir repensando algunas cuestiones de la práctica docente en esta situación.

¿Qué estamos haciendo, ahora, los docentes en la cuarentena?

Estamos trabajando, en lo social, como nexo en la distribución de la asistencia alimentaria de las familias de nuestros alumnos, y pedagógicamente, haciendo un acompañamiento educativo: estamos re-creando un vínculo humano y con el saber.

Muchas de las acciones pedagógicas aún no quedan claramente definidas qué son, ni estamos muy seguros de que manera hacerlas más o menos correctamente. Tenemos poca experiencia construida individual y colectivamente sobre este tipo de práctica docente. Incluso, algunas categorías que utilizamos y son conocidas en el ámbito escolar como “contingencia” o “continuidad” plantean más problemas que respuestas, ya que deberíamos preguntarnos: ¿de qué tipo de continuidad o contingencia estamos hablando? Tampoco creo que sea momento de acuñar una nueva categoría de pedagogía como: de emergencia, de la pandemia, etc.

Más bien me inclino a pensar que estamos haciendo algo más elemental, más sustancial y ético: me inclino a pensar que los docentes estamos de pie haciendo presencia y con las convicciones intactas en la escuela. ¡Y no es poco!!

La escuela como territorio

Si pensamos que la escuela es edificio: está cerrada. Si lo pensamos como territorio de enseñanza y aprendizaje podemos pensar en otras claves. La presencia de la escuela está donde hay un intercambio de conocimiento entre docentes con una propuesta de enseñanza y otros sujetos que se posicionan como alumnos.

Esta es una situación extraña, que disloca nuestro sentido común sobre la escuela y que plantea la necesidad de pensar formas de su “re-ubicación” aquí y ahora.

Una primera idea posible para replantearlo es como demarcamos el “hecho educativo”: pensar esto significa disociar el lugar físico de su localización simbólica. Disociar en este sentido: se realiza en el hogar pero es un “hecho educativo escolar”, es un intercambio humano y educativo producido en una distancia dis-locada.

Otro elemento posible, es pensar como se guía ese proceso educativo realizado a la distancia física, casi a “ciegas”. La “vista” es el sentido más utilizado en la enseñanza presencial, un docente con experiencia es hábil en el arte de la observación. ¿Cómo podemos mirar que “sucede” sin poder “ver”?. Tendremos que seguir huellas y señales… aguzar el “oído” pero, sobre todo, hacerlo en colectivo.

Si pensamos que la escuela es edificio: está cerrada. Si lo pensamos como territorio de enseñanza y aprendizaje podemos pensar en otras claves. La presencia de la escuela está donde hay un intercambio de conocimiento entre docentes con una propuesta de enseñanza y otros sujetos que se posicionan como alumnos.

La escuela es la tarea

La escuela ya está presente en la comunidad educativa tanto en la asistencia alimentaria como en las tareas escolares.

Me pregunto: ¿No sería este el momento de repensar el sentido de las tareas escolares en este contexto? ¿Se hace presente la escuela si atiborramos al alumno de tareas inconexas y, como consecuencia, excesivas en cantidad?

¿No es buen momento de pensar la tarea escolar como una forma de juego con la cultura, con “lo común”, es decir, lo que nos hace parte de una comunidad? ¿No es esta, acaso, la tarea de la escuela?

Si queremos pensar las actividades educativas como un juego con la cultura debemos evitar algunos malos entendidos posibles en la escuela. Imagino algunos como: evitar el sentido de normalidad (actuar como si nada hubiese cambiado), plantear actividades para hacer como si enseñáramos/aprendiéramos en contexto de aula presencial y, entre otras posibles, dejar de pensar la continuidad como temática disciplinar. Estos aspectos, ligados entre sí, merecen mayor análisis, sobre todo, de sus supuestos.

Lo común en la escuela

Sin dudas, reconstruir el sentido de lo común aquí y ahora en la escuela, es una tarea compleja. Sin embargo, intentar acciones en este sentido puede ser una buena manera de reencauzar la presencia escolar. En este sentido, algunas acciones, complementarias entre sí, que podrían intentarse podrían ser:

  • la recreación simbólica de la escuela como propuesta educativa unitaria, que puede concretarse en una Agenda Institucional de Enseñanza, coordinada entre sus docentes y directivos, que permita la reconstrucción de una visualización íntegra frente a la comunidad educativa.
  • el trabajo en una o varias propuestas interdisciplinares entre los docentes para recrear el proyecto de enseñanza como colectivo, superando las lógicas individuales de las disciplinas en propuestas particularizadas que hoy son, por una lado, imposibles de seguir por los alumnos en su ritmo de-sincronizado, y, por el otro, encuentra a los docentes individualmente sin todas las herramientas humanas y tecnológicas necesarias para su construcción o seguimiento.
  • y, por último, el acompañamiento colectivo a los alumnos en términos de cuidado desde la escuela en sus trayectorias educativas, evitando la dispersión que presupone la organización escolar en la división disciplinar e individual del trabajo docente.

El desafío de ser escuela

Esta re-presencialización de la escuela tiene como desafío hacerlo en un momento en donde se suman problemáticas sociales, se profundizan las desigualdades de acceso a las más elementales necesidades humanas y donde se observa un acrecentamiento de las brechas tecnológicas. La necesidad de no profundizar las brechas y una forma de acompañamiento empático es trabajar pedagógicamente en un contexto de no-acreditación.

En este contexto, me pregunto: ¿No es buen momento para intentar lo nuevo? ¿No nos desafía esta situación a docentes y alumnos a repensar nuestro vínculo en la escuela con los otros y con el conocimiento? Incluso me atrevo a preguntar: ¿no nos interpela el sentido de “ser docentes y alumnos” y juntarnos en la escuela a realizar un “juego por jugar” sin otra recompensa que el hecho de jugar con el conocimiento? Un juego sin otra recompensa que cuidarnos y mantener lo humano en el intercambio cultural. Es el desafío.

Damián Andrés Ferrari es Profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación en diferentes escuelas de Florencio Varela