SALUDAR – NOS

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«El inédito y forzado distanciamiento que hay que mantener con otros cuerpos paradójicamente nos pone a flor de piel la profunda necesidad que tenemos del contacto con lxs otrxs« dice Héctor, y busca en la historia y la cultura los orígenes de ese contacto tan necesario como cargado de sentidos y mensajes.

En un forzado ejercicio de ver el vaso medio lleno, podemos decir que la pandemia nos está evitando esas embarazosas situaciones donde, en un encuentro con alguien, dudamos si hacerle un saludo con la cabeza, extenderle la mano o adelantar el tronco para intentar un beso. También nos salva de aquel drástico “retirar el saludo” con que, antes, los adultos reemplazaban el infantil “corto mano, corto fierro” como expresión del enojo u ofenza con alguien.

Apretón de manos entre el rey de Babilonia y un militar, relieve, circa 846 A.C. Crédito de la foto: Wikimedia commons

Lo tristemente cierto, es que, junto al temor, la incertidumbre y la ansiedad que nos está provocando esta ya inaguantable excepcionalidad en que nos sumió el coronavirus, para muchos de nosotrxs no es menor la angustiosa intensidad con que se extraña el contacto físico con lxs otrxs.

Estrecharnos la mano, intercambiar un beso en la mejilla, dar una palmada en la espalda, abrazarnos con las personas a quienes frecuentábamos, formaba parte “natural” de nuestra cotidianeidad. Hoy lo sentimos como una ausencia. 

El inédito y forzado distanciamiento que hay que mantener con otros cuerpos, imprescindible para cuidarnos y cuidarlos del virus, paradójicamente nos pone a flor de piel la profunda necesidad que tenemos del contacto con lxs otrxs. Y casi con asombro nos percatamos del lugar tan particular que tenían en nuestras vidas -casi sin reparar en ello- las distintas formas de saludo con las que abrimos y cerramos nuestros encuentros e intercambios sociales.

¿Qué sentido tiene el saludo?

El acto de encontrarse con un/una otro/a es seguramente una de las experiencias fundantes de la sociabilidad. Desde los inicios de las sociedades humanas, el saludo, alguna forma de saludo, puede haber sido la manera de despejar, en el primer momento de ese encuentro, dudas y temores acerca del otro y comenzar a establecer un contacto.

Desde los inicios de las sociedades humanas, el saludo, alguna forma de saludo, puede haber sido la manera de despejar, en el primer momento de ese encuentro, dudas y temores acerca del otro y comenzar a establecer un contacto.

Para contactarnos con el otro disponemos de distintas posibilidades: a través de la mirada -y el mirarse a los ojos puede implicar un encuentro de enorme intensidad-; del intercambio vocal auditivo -¿hay momento de mayor magia que alguien contando una historia a otro absorto escuchándola?- ; del olfato -probablemente la forma más primaria de reconocimiento-; y del tacto, la energía que sin barrera alguna fluye cuerpo con cuerpo.

A lo largo de la historia se fueron dando distintas maneras de saludarse que ponen en juego algo de lo visual, lo vocal-auditivo, lo olfativo o lo táctil en generar ese contacto.

Estela que representa al rey Mitrídates I (80 aC) estrechando la mano al dios Heracles o Hércules. Restos de la antigua Arsameia (actual Turquía). Crédito de la foto: National geographic

La costumbre de besarse, por ejemplo, según algunos antropólogos parece hundir sus raíces en los propios comienzos de lo humano.  Se piensa que las mamás homínidas masticaban la comida hasta convertirla en papilla para alimentar a sus bebxs a través de sus bocas. Esa primigenia forma instintiva de la madre de manifestar afecto y cuidado hacia su cría, puede estar resonando en el beso con que hoy saludamos. Pero además, el acercamiento corporal que supone poner en contacto los labios con los otros labios, o una mejilla, o la frente, o una mano, abre a una experiencia olfativa que probablemente tenga reminiscencias con el papel que habrá tenido, en aquellos remotos orígenes, el reconocimiento olfativo de los integrantes del clan.

El saludo de manos, el más extendido en todo el mundo, si bien está poniendo una distancia entre los cuerpos, permite la percepción del calor y la humedad de la piel del otro y posibilita estar contactándonos con los estados emocionales que se expresan en la fuerza, la firmeza o el tono muscular que se pone en ese apretón de manos. Además, justamente por esa distancia, habilita la mirada como puente hacia el otro.

La separación entre los cuerpos que establecen los brazos en el saludo con las manos marca un espacio de privacidad que queda invadido, penetrado, anulado, en el caso del abrazo. Se da allí una intensa percepción del calor y el volumen de los cuerpos, interviniendo también lo olfativo. En muchos casos, el abrazo además de saludo puede ser expresión de sentimientos, ya que en el “envolverse” con los brazos hay una fuerte y directa transmisión afectiva. Por eso mismo es una herramienta de cuidado y contención en situaciones críticas.

No todas las culturas tienen incorporada una dimensión táctil en el acto de saludarse, y cobran en ese caso significación la mirada y la gestualidad con distintas partes del cuerpo (manos, dedos, brazos, cabeza, tronco, piernas, lengua), además del intercambio de fórmulas verbales más o menos ritualizadas, que ha sido un elemento fundamental del saludo en casi todas las sociedades.

el abrazo además de saludo puede ser expresión de sentimientos, ya que en el “envolverse” con los brazos hay una fuerte y directa transmisión afectiva. Por eso mismo es una herramienta de cuidado y contención en situaciones críticas.

¿Cómo surgieron?

Hay constancias muy antiguas del beso como saludo y como expresión de afecto. En templos de la India, construidos hace 4500 años, se conservan algunas escenas de besos que no parecen tener connotación erótica. En un relato de la cultura babilónica se menciona el beso como una práctica relacionada con el saludo, la súplica y el arrepentimiento. Parece ser que los hombres persas, de un mismo nivel social, se besaban en la boca, para sellar pactos y uniones. En la Biblia hay, en las historias de Jacob y de Judas Iscariote, besos que se dan como símbolo de afecto. Los romanos tenían por costumbre besarse la propia mano y extenderla después a la persona o estatua a la que se quería honrar o saludar. Ya en la Edad Media, en algunas ceremonias de armar a un Caballero se incluía el beso en la boca, que se daban el nuevo caballero y el Señor que le había dado el espaldarazo. En general, en muchas culturas de la antigüedad el beso era un saludo entre iguales: en la mejilla para la amistad, en la mano para expresar sometimiento, y en la boca para expresar devoción o cerrar algún pacto o negocio.

Mercaderes ingleses de la edad media cerrando tratos con apretones de manos. Crédito de la foto: Museo de la Banque nationale de Belgique

El apretón de manos como saludo parece haberse convertido en hábito en tiempos de los romanos. Era un gesto de paz. Mostrar las palmas de las manos o dar la mano derecha o tomar la muñeca de la otra persona eran señales de que no se empuñaba un arma; mover las manos arriba y abajo al estrecharlas aseguraba que ninguno llevaba nada escondido en la manga. Como antecedente, en Babilonia hacia el 1800 AC., hay constancias de que el monarca debía realizar un acto de sumisión ante el dios Marduk estrechando la mano de su estatua. Tras la invasión de los Asirios, éstos llevaron esta tradición a todo Medio Oriente. Otro antecedente pueden ser, en épocas prerromanas, las «teseras de hospitalidad». Era un objeto de bronce o plata que tenía la forma de un animal o de manos entrelazadas que se dividía en dos partes que portaba cada uno de los que había hecho un pacto; conservar esa parte recordaba y era  prueba de ese pacto. En la Edad Media los caballeros para saludarse daban la mano contraria al lugar donde se llevaba la espada, con lo cual aseguraba al otro que no iba a sacar la espada de repente para atacarlo.

Esta relación con la desconfianza también aparece con el abrazarse. Hay referencias al abrazo, en la antigua China, cuando se producía el encuentro entre militares: era una forma de palparse mutuamente para cerciorarse de que no iban armados. En la Edad Media, en cambio, formaba parte de algunas ceremonias entre caballeros. Y ya en el siglo XIX el abrazo se instaló como símbolo de unión o de reconciliación entre bandos enfrentados o entre personas con posturas muy distintas. Recordemos, en nuestra historia, el Abrazo de Maipú entre Bernardo O’Higgins y José de San Martín en 1818 y el Abrazo de Guayaquil, entre San Martín y Bolívar en 1822; y en fechas más recientes el de Perón y Balbín en 1972.

Saludos y saludos

Abrazos, apretón de manos, besos, son hoy probablemente las formas más extendidas de saludo. Sin embargo si recorremos las distintas geografías nos encontraremos con muchas variantes y con otras formas de saludo. Por mencionar algunas:

Relieve en mármol que representa la historia de amor entre Ariadna y Teseo. Parque del Laberinto de Horta, Barcelona, España. Crédito de la foto

Los mapuches saludan con un apretón de ambas manos; en Malasia se toman de las manos y las colocan en sus pechos; en China se toman de las manos con mucha suavidad sin mirarse a los ojos; en Zambia, en lugar de darse la manos se presionan los pulgares; en Grecia, se dan una palmadita corta y seca en la espalda.

En muchos lugares se besa en la mano, y en algunas ceremonias se besa en los pies o en alguna joya que lleva el dignatario, como por ejemplo un anillo. Cuando los musulmanes se encuentran con algún dignatario, lo besan en un hombro en señal de respeto. Mientras en Rusia el beso en la boca entre amigos es una tradición, en Arabia el beso de saludo entre hombre y mujer acarrea un mes de cárcel. En la Indochina francesa las madres nativas para asustar a sus hijos pequeños, amenazaban con darle «un beso de hombre blanco».

Esquimales, malayos y polinesios se frotan las narices y una tribu en Nueva Zelanda, además de presionar sus narices inhalan el aire que exhala la otra persona. Los varones de Omán se saludan presionando sus narices, con las bocas muy juntas.

​En naciones musulmanas, acercar la mano al corazón es una manera respetuosa de saludar a alguien que se acaba de conocer. En culturas orientales se inclinan uno frente a otro, sin llegar a tocarse. A veces esa inclinación llega casi hasta la rodilla. En Tibet algunos sacan la lengua como forma de mostrar que no son la reencarnación de un temible rey que se creía que tenía la lengua negra. En algunas zonas de Mongolia dan una tira de seda o de algodón como forma de saludar a alguien.

ahora sí sabemos que saludarnos con los otrxs, darnos un apretón de mano, un beso en la mejilla, una palmada en la espalda, un abrazo, fue -en nuestra historia como humanidad- probablemente un primer paso para reconocer y abrirnos a un otro, a una otra.  

Saludos, pandemia… y ¿después?

Cuando al comienzo de estas líneas aludía a cómo, en esta situación de excepcionalidad, se extraña el contacto físico con lxs otrxs, hacía la necesaria aclaración de que esto era  “para muchxs de nosotrxs”. No para todos, los abrazos, besos y apretones de mano forman parte del intercambio social. Somos, por suerte, una sociedad diversa; descendientes de originarios y de distintos pueblos del orbe, que, a nivel individual y comunitario, sostenemos algo de lo heredado de aquella diversidad de cosmovisiones, culturas, tradiciones, costumbres y modos de relacionarnos de las que provenimos. Sin embargo, el distanciamiento social a que obliga la pandemia, de una u otra manera nos afecta a todxs.

No solo porque ha dejado en suspenso muchas de las formas de contacto con nuestros semejantes. También, porque el vernos obligados a poner distancia con lxs otrxs como forma de preservarnos de este desconocido enemigo que nos acecha parece retrotraernos a aquellos albores de la sociabilidad humana marcados por la desconfianza y el peligro que esx otrx significaba.

No sabemos cómo sigue esto, pero parece que nada va a ser igual que antes.

No sabemos cómo afectará los fundamentos de la vida colectiva; una vida colectiva que ya venía siendo presionada por la fuerza homogeneizadora de los modelos individualistas que impone una cada vez más hipertecnologizada globalización mercantil.

No sabemos si vamos a poder seguir saludándonos de la misma manera.

Pero ahora sí sabemos que saludarnos con los otrxs, darnos un apretón de mano, un beso en la mejilla, una palmada en la espalda, un abrazo, fue -en nuestra historia como humanidad- probablemente un primer paso para reconocer y abrirnos a un otro, a una otra.  

Ahora somos conscientes de que algo que era casi inadvertido de tan cotidiano, fue una construcción cultural de enorme magnitud, una construcción que vale seguir recreando y legando.