LXS NIÑXS Y LO INESPERADO

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La psicóloga Clelia Conde nos acerca como se viene pensando durante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio la situación que viven lxs más chicxs en sus casas, con padres y docentes acompañan con una potencia limitada para ofrecer respuestas.

No es tan fácil concluir en los momentos en que los acontecimientos están sucediendo. No soy muy amiga de precipitarse a entender un suceso tan grave como la actual pandemia. Merece un cuidado especial no correr a concluir cuando los sujetos están tan necesitados de Respuesta y que lo esencial a aprehender es que a veces no hay respuesta, puede perderse.

Pero, aunque he dicho que no soy muy amiga de las respuestas fáciles, que obturan y silencian, sí soy muy amiga del trabajo que hacen los docentes, admiradora de lo que se intenta llevar adelante aún en los momentos más difíciles, y también firme creyente en la función que cumplen los maestros en nuestro alicaído entramado social.

Los niños están habituados a lo inesperado. Los grandes tenemos grandes dificultades respecto a que las cosas no salgan como queramos. Así que aquí nos llevan la delantera.

Dicho esto, sincerada con ustedes y conmigo misma puedo entonces acercar algunos puntos de lo pensado durante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. Sabemos que cada niño es un mundo, pero sobre todo como analistas sabemos que en temprana edad ese mundo está signado por el deseo de los padres. Por lo tanto, aunque esto pueda parecer algo axiomático, este aislamiento será vivido acorde a la manera en que sea presentado por los padres. Con esto quiero decir que a los niños no les incomoda -en esto hago especial diferencia con los adolescentes, que exigirían un artículo aparte- estar en casa con sus padres. Durante este tiempo mi trabajo como analista de niños ha sido orientar a los padres respecto a su propio dolor en cuanto a aquello que suponen que los niños pierden, y poder acompañar en la idea de que ese “cálculo de pérdidas” no está en la cabeza de los chicos sino en la suya.

Primero porque los chicos tienen mucho tiempo por delante, y también han tenido mucho tiempo por detrás, me refiero al estímulo y a la socialización desde la escuela y la familia. Han tenido como para soportar un tiempo bastante grande porque la sociedad argentina es muy “niñófila”. Es una de las cuestiones más interesantes de nuestra sociedad.

Este primer obstáculo hablado y conversado en cada caso ha redundado siempre en favor de poder “soportar” ese duelo de los padres que se han encontrado sin poder proveer a los chicos de una solución. De ese límite real a su potencia. Pero los padres olvidan, y los educadores a veces también, que los niños viven en lo inesperado. Mamá se enoja y eso no se comprende, es inesperado. Papá no habla a veces y es inesperado, eso no se comprende. De repente de modo inesperado, nace un hermano, eso tampoco se comprende. Los niños están habituados a lo inesperado. Los grandes tenemos grandes dificultades respecto a que las cosas no salgan como queramos. Así que aquí nos llevan la delantera.

Por otro lado, los chicos hicieron la experiencia de algo que es más grande que sus propios padres: la Ley, la Sociedad, los Otros, cuestiones que se tramitan en el lazo social con otros pero que esta vez estuvo “contante y sonante” sobre la mesa. Tus papás deciden cosas sobre vos, pero el Presidente, el Gobierno, decide cosas sobre todos nosotros. Esto puede ser una experiencia única y rica respecto de que no estamos solos, respecto de que los problemas se solucionan en conjunto, y respecto de que, así como los niños están sometidos respecto de la autoridad de los padres, los padres también tienen un cierto sometimiento respecto de algo mayor: el bien común.En  esta sociedad neoliberal de “locura de mercado” puede haber un bien en encontrar una privación, un límite, un “no se puede algo” para poder – entre todos- otra cosa.Yo, como analista encuentro esto como una posibilidad, aunque hubiese preferido que fuera por otros medios y en otras circunstancias.

Este suspenso gigante que se ha armado en las casas, hace que los padres se angustien: por lo que no pueden y por un fantasma liberal en exceso: el miedo a que los chicos se aburran. En mi práctica siempre señalo que el aburrimiento es un motor en la vida de un niño. Es como dormir solo, un momento de angustia que enseña e impulsa a “hablarse a sí mismo”, consolarse, buscar salidas por fuera de la demanda a los padres. Aburrirse es aprender a soportarse, a descubrir que uno debe ser una “buena compañía para uno mismo”. Es una operación psíquica importante, un progreso en la espiritualidad, diría Freud.  Proveerse de recursos para enfrentar las dificultades de la vida.

Durante estos meses de pandemia he visto a los niños produciendo y elaborando recursos, en la medida en que los padres los podían sacar del lugar de víctimas, y abandonaban ese aire de desgracia y nostalgia por “lo que no fue”. Para los chicos todo puede ser, la posibilidad es el lugar mismo en que uno puede encontrarlos.

La pantalla sirve en la medida en que “continúa” algo que se realizó en otro lado, en el recreo, en las visitas, en los encuentros en la plaza. Sólo que los niños se engañan menos. Muchos le rechazan a los padres la posibilidad de encontrarse por zoom con los amigos “Si lo veo, lo extraño más”

Por supuesto, además de estas consideraciones están la muerte y la amenaza, el peligro de lo pulsional, aquello que solo puede elaborarse en la presencia del otro. Aquello que un chico sólo puede hacer en presencia de otro chico, pelearse, tocarse, sentir el cuerpo del otro e ir comprendiendo que el otro es un límite para los impulsos, y también el apoyo para comprender el propio cuerpo. Porque el compañero, el semejante me enseña con su cuerpo lo que es mi cuerpo. Y eso es muy difícil en la pantalla. La pantalla sirve en la medida en que “continúa” algo que se realizó en otro lado, en el recreo, en las visitas, en los encuentros en la plaza. Sólo que los niños se engañan menos. Muchos le rechazan a los padres la posibilidad de encontrarse por zoom con los amigos “Si lo veo, lo extraño más”. Los chicos están hechos para lo inesperado, por lo tanto pueden esperar, pueden aceptar aunque sea con dolor, este tiempo de suspenso pero reconocen con una facilidad admirable que no es lo mismo ni nunca lo será.

Tengo aquí muchos dibujos de cómo se imaginan los chicos que va a ser salir, y todos tienen miedo. Perciben claramente que no será lo mismo, a veces con una claridad envidiable para un adulto. El punto, entonces, para mí, no es la muerte ni el peligro que los chicos aceptan muy rápidamente porque no están lejos de eso, sino la diferencia que en cada casa se pueda hacer entre el aislamiento y el encierro.

El aislamiento es algo que -paradójicamente- hacemos entre todos para cuidar a todos y en el caso de los chicos es a gente bien concreta: la abuela, el abuelo, los padres. El encierro es creer que esa distancia es una distancia vacía, sin causa ni por qué. Lo que encierra es creer que el otro es un peligro y no trasmitir lo que es fundamental para padres y educadores, que es “porque” estoy con el otro que me quedo en casa. Y mientras me quedo en casa, tengo ganas, como nunca, de volver al cole.

Clelia Conde es la actual Directora de la Escuela Freudiana de la Argentina. Miembro del Consejo de la Fundación del Campo Lacaniano. Autora del libro Juegoeljuego de Editorial Kliné y otros en colaboración: La pulsión en el lazo social, El cuerpo y sus avatares, Colección Oscar Masotta. «¿Es que ya no se puede mentir de verdad? «, Colección Campo Lacaniano de Kliné